Otro poco de calma, camarada;
un mucho inmenso, septentrional, completo,
feroz, de calma chica,
al servicio menor de cada triunfo
y en la audaz servidumbre del fracaso.

Embriaguez te sobra, y no hay
tanta locura en la razón, como este
tu raciocinio muscular, y no hay
más racional error que tu experiencia.

Pero, hablando más claro
y pensándolo en oro, eres de acero,
a condición que no seas
tonto y rehuses
entusiasmarte por la muerte tánto
y por la vida, con tu sola tumba.

Necesario es que sepas
contener tu volumen sin correr, sin afligirte,
tu realidad molecular entera
y más allá, la marcha de tus vivas
y más acá, tus mueras legendarios.

Eres de acero, como dicen,
con tal que no tiembles y no vayas
a reventar, compadre
de mi cálculo, enfático ahijado
de mis sales luminosas!

Anda, no más; resuelve,
considera tu crisis, suma, sigue,
tájala, bájala, ájala;
el destino, las energías íntimas, los catorce
versículos del pan: ¡cuántos diplomas
y poderes, al borde fehaciente de tu arranque!
¡Cuánto detalle en síntesis, contigo!
¡Cuánta presión idéntica, a tus pies!
¡Cuánto rigor y cuánto patrocinio!

Es idiota
ese método de padecimiento,
esa luz modulada y virulenta,
si con sólo la calma haces señales
serias, características, fatales.

Vamos a ver, hombre;
cuéntame lo que me pasa,
que yo, aunque grite, estoy siempre a tus órdenes.


Mayo

Vierte el humo doméstico en la aurora

                      su sabor a rastrojo;
                 y canta, haciendo leña, la pastora
                       un salvaje aleluya!
                         Sepia y rojo.

                   Humo de la cocina, aperitivo
                 de gesta en este bravo amanecer.
                     El último lucero fugitivo
                 lo bebe, y, ebrio ya de su dulzor,
                  ¡oh celeste zagal trasnochador!
                se duerme entre un girón de rosicler.

                Hay ciertas ganas lindas de almorzar,
                  y beber del arroyo, y chivatear!
                Aletear con el humo allá, en la altura;
                 o entregarse a los vientos otoñales
                en pos de alguna Ruth sagrada, pura,
                que nos brinde una espiga de ternura
               bajo la hebraica unción de los trigales!

                    Hoz al hombro calmoso,
                      acre el gesto brioso,
                  va un joven labrador a Irichugo.
                 Y en cada brazo que parece yugo
                se encrespa el férreo jugo palpitante
                que en creador esfuerzo cuotidiano
                  chispea, como trágico diamante,
                 a través de los poros de la mano
                que no ha bizantinado aún el guante.
                Bajo un arco que forma verde aliso,
                 ¡oh cruzada fecunda del andrajo!
                      pasa el perfil macizo
                de este Aquiles incaico del trabajo.

                       La zagala que llora
                      su yaraví a la aurora,
                    recoge ¡oh Venus pobre!
                     frescos leños fragantes
                 en sus desnudos brazos arrogantes
                      esculpidos en cobre.
                    En tanto que un becerro,
                      perseguido del perro,
                      por la cuesta bravía
                corre, ofrendando al floreciente día
                un himno de Virgilio en su cencerro!

                      Delante de la choza
                      el indio abuelo fuma;
                  y el serrano crepúsculo de rosa,
                    el ara primitiva se sahuma
                      en el gas del tabaco.
                  Tal surge de la entraña fabulosa
                      de epopéyico huaco,
                 mítico aroma de broncíneos lotos,
                 el hilo azul de los alientos rotos!


"Quién hace tanta bulla..."

 Quién hace tanta bulla y ni deja
 Testar las islas que van quedando.

 Un poco más de consideración
 en cuanto será tarde, temprano,
 y se aquilatará mejor
 el guano, la simple calabrina tesórea
 que brinda sin querer,
 en el insular corazón,
salobre alcatraz, a cada hialóidea
grupada.

Un poco más de consideración,
y el mantillo líquido, seis de la tarde
DE LOS MAS SOBERBIOS BEMOLES.

Y la península párase
por la espalda, abozaleada, impertérrita
en la línea mortal del equilibrio.

César Vallejo.