¨Debe ser ahí, por la descripción que me dieron¨, pensó y llamó a la puerta. Es un mediodía de
sol bueno y mar de espuma, en un
reparto del municipio Playa.
Un rato antes había llegado a casa el trovador,
luego de terminada una gira por los Estados Unidos y ofrecer un concierto callejero en
Colombia que, durante aquel tiempo, probablemente, fuera el país más violento de
América Latina.
Cuando lo
tuvo enfrente recordó que ya conocía al policía...
- Sí,
coincidimos en Villa Clara cuando su gira por las prisiones y yo trabajaba de
reeducador. Vengo a pedirle que vaya a cantar a La Corbata. Allí hacemos actos
culturales con los pobladores. Ponemos sus canciones. La gente se vuelve mejor
persona a través de sus canciones...
I
¨Vamos, sube al jeep, te vas para La Corbata¨: ¡Una orden! No un llamado. No una solicitud. No
un ruego. ¡Una orden! Y el hombre, envuelto por el uniforme, sube medio disgustado al auto. Él está bien
en su misión. Conoce a todos. Lo respetan. Los índices de criminalidad son muy
bajos. La gente lo aprecia. ¨Por eso mismo te vas para La Corbata¨. Pero no ese
día, ni el otro. Lo tienen que traer obligado por la orden de su jefe que es,
además, su cuñado.
Sesenta
años antes de aquel 2007, el barrio es apenas el asentamiento de unas cuantas
familias de obreros que han venido a la periferia habanera en busca de trabajo
y mejor vida. Han construido casuchas misérrimas alrededor de una finca propiedad del dictador Fulgencio Batista, en la cual criaban sus caballos. Con el posterior
triunfo de la Revolución, muchos de esos obreros fueron mejorando como pudieron. Entre los primeros pobladores, hay jóvenes que se van de juerga hasta la playa y, al regreso, borrachos, cuelgan sus corbatas
de una señal de tránsito o un improvisado poste de alumbrado, no se
precisa, en el lugar donde le piden al
chofer de la ruta 86 que los deje cada fin de semana porque: ¨Este tipo nunca
sabe donde nos bajamos¨. ¨Es aquí donde
nos tienes que recoger y dejar, es aquí, compadre¨ -gritaba uno de los ebrios.
El viento agitaba una corbata verdiazul.
¨La
necesidad de mano de obra, propia del desarrollo generado por La Revolución, hizo
que mucha gente viniera a trabajar a La Habana, hicieran familia o simplemente
decidieran quedarse motivados por mejores oportunidades económicas¨, me cuenta
un combatiente de la lucha clandestina contra Batista que siempre ha
vivido en La Corbata. ¨En los ochenta era más fácil construir, había materiales
y se conseguía de diversos modos. Pero luego del Período especial aparecieron los Llega y Pon. Cualquiera venía, levantaba cuatro paredes de madera,
tierra o chapas de guaguas, y a vivir y a buscarse la vida...
Y
aquí mismo está en el 2007 el oficial de la Policía Nacional Revolucionaria
José Antonio Álvarez. ¨Ese viene de por allá, de Oriente, con esos tipos no se
juega¨, le dice la madre a un joven de 17 años, aspirante en el barrio a la honorífica nominación -para él- de duro. José Antonio cuando
comenzó su vida laboral era apenas un año mayor que el joven aspirante a guapo. Ambos
son mulatos y miden más o menos un metro setenta centímetros. Podría decirse
que, a los 17 años, José Antonio tenía la misma complexión que el joven cuando se conocieron. En apariencia solo los distingue el acento al
hablar, que uno ha llevado el uniforme y
el otro la camiseta, que uno jamás, ni en las guardias, ha fumado y el otro
fuma -dicen- hasta marihuana ¨porque los tipos duros la fuman¨, asegura. ¨Porque así se da valor para meterse en los patios y ratear¨, comentan los
delincuentes de verdad, los que han
convertido a La Corbata en una de las circunscripciones de mayor índice de delitos e indisciplina
social de la Cuba del 2007.
II
Un
hombrecito negro, con un megáfono, invita a los vecinos del barrio El Cano a
que salgan de sus casas y ayuden en la recogida de la basura generada por el
paso cerca de La Habana del huracán Ian. Casi nadie ayuda. Hay una aglomeración
de personas en la esquina de la biblioteca. Esperan que saquen a vender lo que sea en una bodega. El hombrecito negro lleva sobre su garganta dos noches sin dormir. Lo
han puesto al frente de una tarea que poco tiene que ver con el teatro ni la
sociología de la cultura, lo que estudió: dejar completamente limpio el barrio
de los alfareros, y hacerlo con la
participación de los pobladores del lugar. Va logrando lo primero pero porque ha movilizado a instructores de
arte, especialistas en políticas culturales, artistas, técnicos de audio y
mecánica escénica, directivos de casas de cultura. Y todos ahora comparten la
labor de saneamiento con cuadrillas de reclusos. Y comparten el machete para cortar las ramas
y el agua y el café que les ofrece una vecina apenada: ¨La gente es apática
aquí porque no se ha cumplido con nosotros¨, se excusa la vecina.
Una semana antes,
muchos de los que ahora limpian, vinieron a El Cano a celebrar La
Fiesta de los Alfareros. En plena actuación de los adolescentes del
Proyecto Vocal Clave de Sol, la delegada de la circunscripción le ordena al
responsable: ¨Oye, dile a esa (la
animadora) que no diga más ´fiesta del alfarero´ que esto
es una mierda, aquí no han traído nada de lo que prometieron iban a venderle a
la gente, qué fiesta ni fiesta, chico¨.
El
hombrecito negro, de voz agigantada, insiste por el megáfono. ¨¡Qué venga a
limpiar Diaz-Canel si le da la gana!¨, le grita una mujer desde el portal de su
casa. Y otro hombrecito negro, de camisa caqui, le responde: ¨Señora, no la
coja con nosotros que estamos ayudando. Mi casa se cayó en Pinar del Rio y
míreme aquí. Y cuando termine no voy a regresar con mi mujer y mi hijo sino a
la granja, señora, a seguir cumpliendo...¨
III
¨Tenemos
que echar a andar aquí la comisión de prevención social¨ -dice José Antonio
Álvarez en su primera reunión con los factores de la comunidad. Allí estaban Mercedes Urrutia y su hermana quienes, junto al oficial, el entonces delegado, la coordinadora de la zona cederista y otros vecinos, visitarían casa por casa, familia por familia, e indagarían sobre los problemas materiales y espirituales de cada cual, las preocupaciones, los anhelos, los enfermos, los tristes, los adictos...
Relatan que José Antonio, contrario a lo que muchos creyeron al tratarse
de un policía, nunca menciona la represión como recurso. No habla de
delincuentes sino de compañeros, de vecinos, de familias. Recuerda Mercedes que
en esa reunión se dijo que: ¨Todo el mundo tiene un problema que cree no va a
tener solución y eso le abruma y le hace reaccionar a veces de manera
incorrecta, y todo el mundo tiene un sueño que quiere lograr a cualquier costo,
a veces de la peor manera¨.
¨Esto
lo descubrí incluso antes de que la Dirección Nacional de la PNR iniciara un
programa de intervención preventiva en las comunidades más difíciles de La
Habana, programa del cual yo formé parte desde sus inicios como Jefe de Sector¨ -me
cuenta José Antonio hace unos días mientras frente a un micro-vertedero, a la entrada de La Corbata, cerca
de la calle 202, esperamos a un ex-recluso que ahora es su amigo. Me dice: ¨En cada familia hay alguien, más o menos
cercano, que alguna vez se equivocó, que alguna vez cometió un delito, que
comete indisciplinas o que, sencillamente,
es incomprendido o mal mirado sin
razones válidas, y a veces con razones: ¿Cómo hacer para que los sueños sean
más fuertes y venzan los problemas de la mejor manera ? ¿Cómo hacer que la
vergüenza se convierta en esperanza, participación, cambio hacia el bienestar?¨
-Se pregunta José Antonio cada una de aquellas mañanas en las cuales se dispone, durante más de una década, a cumplir con su deber a pié, en bicicleta,
en guagua, como sea, al principio sin ni siquiera un local para realizar su trabajo de oficina.
IV
Veo
las fotos que publican los periodistas de la provincia de Granma. Me parece que
no muestran alegría en los niños y las niñas de la comunidad El Taíno, en
Manzanillo, ubicada como a dos kilómetros de mi casa natal. Se aprecia tal vez
asombro, cierto azoramiento; se me antojan la comparación y el descubrimiento
de que otros niños y niñas sí pueden ir camino a sus sueños. Porque ya sé que
un reportero no debe contaminar su texto con sus propias subjetividades, menos
sin haber estado en el lugar de los hechos, llamo a Manzanillo, a una promotora
cultural con la cual trabajé hace años.
-
¿Cómo estuvo la presentación de La
Colmenita en el Taíno? -le pregunto.
-
¡Son maravillosos esos muchachitos, Giordan! ¡Tienen tanto amor y alegría!
-
Pero me dio la impresión, por las fotos, de que los niños de tu comunidad no
estaban felices.
Silencio
del otro lado de la línea.
-
¿No les gustó?
-
Les gustó. Claro que les gustó. No se habló en días de otra cosa aparte de los
apagones y la escasez.
-
Entonces mi apreciación es equivocada.
-
No, Giordan, no es equivocada tu apreciación. Estos niños se nos están quedando
sin sueños al escuchar los comentarios de sus adultos: que si fulano salió y no
llegó, que si sultana no pudo pagar a sobreprecio tal medicina, que si ya ni
ron venden en Manzanillo y tenemos más alumbrones que apagones... Y eso no se
resuelve con traer un día a La Colmenita
por maravillosos que sean, que lo son, de verdad que lo son. Puedes hacer
nuevas las aceras, más o menos acortar el ciclo de distribución de agua,
arreglar algunas casas, pavimentar la calle principal. Pero sin constancia no
hay transformación posible, ni se recuperan sueños perdidos. Y para que haya
constancia, en estos tiempos tan duros y confusos, tiene que haber pasión.
V
-
¿Puedo mencionar tu nombre?
-
Puedes. No tengo ná que esconder. Lo mío fue que me entré a trompones con la
policía. Había fiesta, rumba, y la policía me cargó. Me dieron. Les di. Nos
dimos. Al que me da, le doy. Si pasa de nuevo, otra vez les doy. Ahora estoy
tranquilo. En general siempre he sido un hombre tranquilo. Vine de oriente a
trabajar en el contingente ¨Blas Roca¨. En mi familia del campo, jamás, nadie
había tenido problemas con la justicia ni lo ha vuelto a tener. Yo tenía que ir
a firmar todos los días como condición para estar en libertad. José Antonio me
vino a visitar, me ayudó a recuperar mi trabajo como plomero. Me dije: ¨Este
policía es distinto, no es como aquellos con los que me entré a trompones¨. Cuando él terminó aquí,
resultó que ya éramos amigos, y yo no me había dado cuenta... Ahora somos como
hermanos. Mi madre lo quiere con la vida.
-
¿Puedo mencionar tu nombre?
-
¡Ay, no, por favor! Mis hijos no saben. Cuando salí comencé a trabajar en un
lugar importante de auxiliar de limpieza. Un día se esperaba la visita de
dirigentes grandes y al director le
orientaron que nos dieran ese día libre a los ex-reclusos, que no podíamos ir a
trabajar cuando fuera la gente grande. Lloré
mucho. Se lo conté a José Antonio cuando
fui a firmar. Lloré mucho cuando le tuve que decir a papi que no me iban dejar
trabajar al otro día porque había cumplido una condena. Entonces mandaron a
alguien a mi casa, que sí, que fuera, que el director se había parado en 31 y había dicho que no iba a
discriminar a los reintegrados a la sociedad, que estábamos entre los mejores
trabajadores y él no les iba a hacer eso.
-
¿Puedo mencionar tu nombre?
-
Claro que puedes. Ya yo pagué. No me avergüenzo de nada. Mi hijo que va para la
universidad sabe que estuve preso. Mi actual esposa también. Y mi hija
estomatóloga. La gente del barrio sabe que fui uno de los que ayudó a construir
el local para que José Antonio tuviera su lugar donde estar, donde hablar con
la gente y hacer su papeleo. Ahora ya ese local no es el sector, el delegado lo coge para vender pan. El mismo delegado
vende el pan. Eso no se veía antes. Antes lo que se veía era la unión de mucha
gente, que te visitaban, que te preguntaban por tus rollos, y que te llamaban a
contar si andabas en malos pasos o formabas lío...
-
Y al jefe de sector de la policía actual... ¿Lo conoces?
-
Creo que lo he visto pasar algunas veces. Él no me saluda. Yo no lo saludo.
Supongo que los muchachos que ahora hacen lo suyo -como en todos los barrios-
sí lo conozcan. A este -y señala a
José Antonio- lo conocíamos todos,
todos. Los tranquilos y los jodedores. Los que estaban en el invento y los que
no estaban pero igual comían del invento -sonríe. Es que tó estaba
prácticamente prohibido en esa época. Y
conocíamos a los de la comisión esa de prevención, a Mercedes, a los otros... Y
nadie quería pasar por la pena de que esa gente te llamara a decirte cuatro
cosas, con la patrulla parqueada afuera porque si ellos decidían que habías
cometido un delito, ibas para allá de lo que no había remedio. Pero también te
ayudaban, y si alguien lloraba, ellos lloraban con ese alguien. Y si reía también
reían. Ahora yo le digo a los muchachos que se legalicen, que busquen pincha
que ahora se puede trabajar como sea y antes solo al Estado, que ahora se puede comprar y vender, que es
lo que más abunda por aquí, porque este ahora es un barrio tranquilo, hay sus bateítos, sobre todo cuando ponen música
y se pasan de tragos, pero somos
tranquilos...
VI
A
menos de 1 km de la entrada del barrio de La Corbata, ubicado en la demarcación
municipal de Playa, por la calle 202, está el paseo del municipio La Lisa. Allí
hay una especie de plazoleta y una
tarima debajo de una arboleda, y a su
costado unos pilotes mutilados de concreto que, dicen, significan los mártires
del territorio pero que, comúnmente, algunas personas usan para sentarse,
recostarse o cualquier otra cuestión. Han limpiado la tarima y sus alrededores,
casi siempre sucia y abandonada. Unos instructores de arte han pintado dos
banderas cubanas onduladas sobre un muro de apenas un metro de alto que
delimita el escenario.
A
las cuatro de la tarde del sábado 7 de octubre, hago un clic y dejo
escuchar Canción del Elegido. No tengo muy claro por qué la viceministra de
educación, directora de lo que, llaman, acto
político-cultural, ha decidido usar los versos y la música dedicados por
Silvio a Abel Santamaría para connotar el momento en que entra la presidencia a
sentarse en sus sillones, frente al escenario.
¨¿Qué
se conmemora?¨, me pregunta uno de los técnicos que me auxilia en la
realización del sonido. Supongo que el aniversario mañana de la captura del Che en
Bolivia, pienso mientras me concentro en vigilar que en el software Virtual DJ
no se acabe el instrumental de la canción Te
seré Fiel, antes de que terminen de entregarse unos los otros diplomas y
reconocimientos por el fin de la etapa de recuperación tras el paso del huracán
Ian por La Lisa. El del megáfono de El Cano también recibe su diploma. Y el
director del Contingente Blas Roca, un hombre canoso que viste la ropa típica
de un obrero. No veo allí al negrito de camisa caqui y me pregunto si habrá podido
saber de su familia en Pinar del Rio. En medio de las palabras de un orador,
cae la penca seca de una palma, que ha estado enredada entre las ramas de uno
de los árboles despeinados. Seguramente alguien se olvidó de revisar los desechos
en las alturas. Dos kilómetros más allá, en el Reparto La Coronela, hay más
ramas secas por recoger en las calles, árboles y postes caídos...
VII
Me
encuentro con Mercedes Urrutia, la representante de la salud de la comisión
comunitaria de prevención social del 2007, ahora administradora sin contrato
del impresionante Centro Tecnológico Cultural construido por cinesoft muy cerca del sitio donde
colgaran sus corbatas aquellos juerguistas, hace varias décadas.
¨Sin
contrato aun porque aun no tenemos claro a qué organismo vamos a pertenecer o
si vamos a convertirnos en una MyPME¨ -me aclara Mercedes. ¨Somos Raul, el director, cinco custodios y
yo. Esteban Lazo vino en julio a inaugurar este lugar, y los periodistas nos entrevistaron. Los
instructores de arte de la Casa de la Cultura de Romerillo imparten talleres de
danza, música, teatro, plástica, literatura. Hay toda una programación pero...¨
Han
pasado quince años y ciento diez conciertos en comunidades cubanas desde que un
jefe de sector de la policía tocara a la puerta de Silvio Rodríguez y le
pidiera que fuera a cantarle a su gente. Un documental llamado Canción de barrio ha mostrado la vida
de miles de pobladores de comunidades pobres en Cuba. Ya no es posible esconder
o soslayar los problemas y las inconformidades.
José
Antonio Álvarez aun es un hombre joven. Lo conozco en El Centro al finalizar un concierto de
la flautista Niurka González y la pianista
Malva Rodríguez. Una semana después, él en su moto de
oficial del Ministerio del Interior y yo en mi bicicleta, recorremos las calles
pavimentadas y constatamos la mejoría material de los alrededores, y hablamos
con algunos pobladores del lugar...
-
¿Por qué aun con lo que se ha avanzado materialmente, desde hace más de un año para acá, noto en la
gente no poca inconformidad, y mucha nostalgia por el tiempo en que
ustedes trabajaron en programas sociales y tú eras jefe de sector de la policía? -le
pregunto a José Antonio.
-
Yo no sería responsable si te hablara de las inconformidades en La Corbata porque ya no trabajo aquí.
-
Entonces puedes hablarme de las tuyas...
-
Detrás de cada inconformidad, hay un sueño -me responde José Antonio- y el
sueño mío siempre ha sido que se comprenda que en el trabajo de prevención
social, desde y para la comunidad, hay una cierta esencia transformadora más
allá de las urgencias y carencias materiales. Una cierta esencia transformadora
que parte de la sistematicidad y de la pasión. Que la mejoría material claro que es
importante. ¡Muy importante, sobre todo, cuando se demora en llegar! Pero más
importante son los sueños y la pasión. Sin pasión no hay cambio perdurable, periodista.
Arranca la moto del MININT de varias patadas. Me monto en la bicicleta. En la calle 202 nos
separamos. Voy hacia el paseo de La Lisa, hacia la misma esquina donde cayó la
penca seca enredada en el árbol la tarde que una vice-ministra de educación
dirigió un acto político-cultural. Lo
siento alejarse, al otrora jefe de sector y su sueño. Entonces recuerdo que,
aquel mulato joven que llamaban Cocote, ahora ingeniero mecánico y chofer de
taxis en su tiempo libre, me ha
comentado que José Antonio Álvarez ni siquiera tiene casa propia en La Habana:
¨Si la mujer lo bota tendrá que armar un Llega
y pon o devolverse a Caibarién...¨ Y José Antonio y él se ríen como buenos
amigos. Yo no.