Juntar y vencer.

Por: René Fidel González García.

En una acera de la Avenida Garzón de la vieja ciudad de Santiago de Cuba, vi a una persona desnudarse y darse un baño delirante y enfático: mujer, negra, joven, enferma. Nadie se inmutó, apenas alguien intentó un gesto de choteo: "niña cúbrete eso", pero no fue secundado.

Algunos minutos más tarde, allí mismo, un niño de unos 10 años, lúcido y desafiante, me pidió dinero; cuando más tarde regresaba a casa por la misma arteria de la ciudad, un hombre agazapado detrás de su silencio y un cartel adusto en que el ruego de ayuda escribía "tengo hambre", me miró por un instante desde ese abismo incontestable que es siempre la derrota cuando se vuelve definitiva.

Escuché hablar en un teatro de barrios y comunidades vulnerables, de pueblo y de lealtades, de industrias culturales, de colonización y globalización y guerra mediática.

Estaban allí personas honestas que nombran las mismas cuestiones de otro modo y en la que en su mirada está aún ese abismo incontestable que es siempre la tozudez del que no se resigna a que la derrota es definitiva, pero estaban allí también los del perfume y la lozanía aquilatada, los oportunistas cebados y rosados que invitan al festín y cabalgan ahora los caballos que antes eran de los pobres.

Quizás sea eso, que en la pobreza, en sus causas, están todas las  respuestas a nuestras preguntas sobre el destino y lo posible. El mapa de nuestra pobreza es, necesariamente, el mapa de nuestra derrota, pero también el de la indignación que le resiste.

Esto último es la escala del pensamiento que en Cuba sirve a la emancipación.