Según el Grupo Banco Mundial, en 2022 aumentó a 712 millones la cifra de personas sumidas en la pobreza extrema. Ese año, se estima, La Humanidad estaba compuesta por 7951 millones de habitantes, o sea, los pobres extremos constituían el 8.95 porciento de la población mundial. La cifra ha seguido creciendo.
La pobreza extrema, es, acaso, el indicador que muestra los conglomerados en peor situación, en una situación límite entre la vida y la muerte, y de extrema exclusión social. Sin embargo, un informe de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, publicado en octubre de 2021, revela que de un monitoreo realizado en 80 países cuya población totaliza 5900 millones de habitantes, 1300 millones sufren pobreza en múltiples dimensiones, o sea: unas milésimas más que el 22 porciento. El 49.53 porciento de esas personas pobres son menores de 18 años. Casi el 85 porciento vive en África subsahariana y más del 67 porciento viven en países de renta media.
El 60.6 porciento de las personas pobres, según revela el informe del PNUD, vive en hogares donde hay, al menos, una persona que padece de desnutrición. El 43.6 porciento debe caminar como mínimo 30 minutos ida y vuelta para encontrar agua potable.
Es tan grande la diferencia entre los indicadores sociales en los llamados países ricos -que en realidad han sido países colonizadores- y los países pobres o en vías de desarrollo -que en realidad han sido los países colonizados y expoliados- que los estudiosos han establecido una variable denominada Riesgo de Pobreza y Exclusión Social. Su necesidad responde a la asimetría: no es lo mismo un excluido socialmente en Zambia que en Suiza. No existe similitud de expectativas por razones no sólo de índole económica sino también de índole cultural. Así, fácilmente uno de los 95 millones de sujetos catalogados con Riesgo de Pobreza en La Unión Europea -el 21.4 porciento de su población-, si vivieran en el África Subsahariana con esos ingresos y oportunidades, sería considerado fuera del rango de pobreza.
En los Estados Unidos, en 2020, había 30.7 millones de personas en situación de pobreza multidimensional, de una población de 329.5 millones de habitantes. O sea: el 9.31 porciento de los estadounidenses residentes o ciudadanos. La cifra no incluye los cientos de miles, tal vez millones, de indocumentados que no se contabilizan.
En este gráfico contenido del enlace, se muestra que la pobreza en los Estados Unidos entre los nativos americanos y de Alaska es del 25 porciento, entre los negros es del 17.1 porciento y entre los hispanos de cualquier raza es de 16.9 porciento, de la población total de ese país. En todos los casos, sus porcientos, son superiores a la media mundial.
En la Cuba actual, mi padre, cobra una jubilación mensual de 1528 pesos. Esa cifra, al cambio establecido por el gobierno de 120 CUP equivale a 12.73 USD lo cual significa que mi viejo dispone, por su jubilación, de 0.42 USD, o sea, 42 centavos de dólar diarios. O únicamente a una libra de pollo, un litro de aceite más 200 gramos de pastas a los precios topados establecidos por el gobierno. Si, a falta de un mercado de divisas legal que sustente esa tarifa cambiaria aprobada por el gobierno, le aplicamos la ilegal, entonces mi padre apenas cobra 4.92 USD al mes, o sea: 0.16 centavos de dólares al dia.
Mi abuelo paterno, colaborador cercano de Paquito Rosales, primer alcalde comunista de Cuba, tuvo que huir de Caymanera por estar "quemado" como agente del PSP (Partido Socialista Popular) en la Base Naval de Guantánamo. Con esa "marca" no encontraba trabajo en Manzanillo y fue Ramiro Cabrera -abuelo del correalizador de mi documental sobre Girona, Ramón Cabrera-, dueño de una zapatería, el único que le dio empleo. Pero mi abuela, con su máquina de coser, tuvo que echarse arriba la familia durante varios meses.
En 1956, me cuenta mi padre, el USD y el peso cubano estaban al uno por uno, claro está: aun no existían ni el bloqueo ni las nacionalizaciones. Con 42 centavos diarios, mi abuela hubiera podido comprar una libra de carne de res a 21 centavos -recuerden que vivíamos muy cerca de una zona ganadera y que Manzanillo tenía entonces una poderosa imdustria talabartera-, una libra de arroz a 12 centavos -también teníamos arroceras y molinos-, una libra de garbanzos importados a 6 centavos y usar para el guiso 100 gramos de manteca de cerdo más los condimentos. Obviamente, habría otras necesidades de calzado, vestimenta, servicios de salud, de instrucción. Y no todos los días la máquina de coser daba 42 centavos de ganancia neta. De hecho, casi nunca daba más de 30 centavos y de no ser por la ayuda de mi tio Chicho Lorente -que era jefe de cuadrillla de linieros de la compañía de electricidad- y una prima casada con un bayamés de buena posición: "Nosotros hubiéramos pasado hambre y necesidades en esa época", contaba mi abuela Elba.
Mi padre estudió 5to y 6to grados en el colegio privado Arango -cuyos dueños eran tios del escritor y guionista manzanillero Arturo Arango- y mi abuela pagaba un peso mensual gracias a que ya mi abuelo trabajaba en lo de Cabrera y ganaba de 15 a 20 pesos semanales. El séptimo lo hizo en una escuela secundaria básica en la cual Hubert Matos le impartió clases de Anatomía y Educación Física. Luego triunfó la Revolución...
Casi todos los ciudadanos romanos, en época de Adriano, comían pan, gachas y verduras, y levantaban el codo con bebidas fermentadas. Vivían en especies de ciudadelas -ahora las llamaríamos repartos-, disfrutaban del circo y los baños públicos. Esa eran sus expectativas de calidad de vida. Si en aquel tiempo hubiera existido un Banco Mundial, sociólogos y economistas del neoliberalismo, los consideraría por encima del límite de pobreza aunque un ciudadano rico romano, un hegémono o un senador, pudieran además disfrutar del sexo con esclavas escogidas, combinar los cereales y las verduras con carne, queso, vino y miel; y participar en voluptuosos banquetes. ¿Por los esclavos, preguntas? No contaban. Ni siquiera habían contando para los filósofos griegos.
Existen varias metodologías para medir los índices de pobreza de un país. Van desde el extremo rentista del Banco Mundial -que la mide sólo a partir de la renta promedio diaria que una persona puede adquirir, 2 dólares con cuarenta centavos- y la de nuestras instituciones gubernamentales cubanas que asumen las prestaciones sociales administradas por el Estado -y pagadas por el sector productivo del pueblo, no se olvide ese detalle que, a menudo, se soslaya- como parte de los indicadores de acceso a la riqueza.
Resulta complejo -yo diría que, más que complejo, intrascendente- intentar realizar comparaciones entre épocas del criterio de la pobreza. E interesante, llamativo, resulta que los que intentan establecer los criterios de la pobreza en las organizaciones internacionales y las academias: ¡Ninguno es realmente pobre!
Y es, me parece, porque la pobreza tiene que ver con la renta, sí, pero también con la expectativa de valerse por si mismo, sin asistencia estatal gubernamental o no gubernamental. Si yo fuera a establecer una definición de pobreza diría que: la pobreza es la imposibilidad de ser mínimamente libre, mínimamente emancipado socialmente.
El gran problema es que esa expectativa de mínima libertad y emancipación no cabe en ninguna aritmética positivista ni reconoce proporciones racionales sincrónicas ni diacrónicas. Diríamos que la expectativa cae en el dominio de los números complejos irracionales, y que no puede medirse su relación en términos ni rentistas -como el Banco Mundial- ni asistencialistas, como intentó cierta narrativa oficialista criolla, antes de que cayéramos en la debacle económica actual.
¿Cuál sería la expectativa de un artesano romano de la época de Adriano?
¿Cuál la de uno de los tejedores de Silesia sublevados en 1844?
¿Cuál la de mi padre con 14 años al triunfo de la Revolución en 1959?
¿Cuál es la expectativa de una madre soltera afroamericana asistenciada en el Bronx?¿Será la misma que la de otra madre soltera en Gaza o asistenciada en Tel Aviv?
¿Cuál la de mi hija a poco más de un año de graduarse como médico para ganar un salario equivalente a 1.66 USD diarios en un contexto en que ya ni la llamada canasta básica -arroz, azúcar, un poco de granos, café y algo más que apenas alcanzan para unos días- se garantiza a tiempo por el Estado Cubano a precios más o menos asequibles? ¿Será la misma que la del hijo o el nieto del miembro del Buró Político o del Consejo de Ministros?
Y todo eso en el mundo donde en 2023 se reportaron 2.24 billones de dólares en gastos militares públicos -no están contabilizados los secretos- que alcanzarían, digo yo, para que todos, tuviéramos cubiertas nuestras expectativas, por lo menos, como el romano a su pan, verduras, queso, cebada, circo, baños públicos... ¿O no?