30 de enero en San Antonio del Ariguanabo I

 

I

El 30 de enero en la mañana, en este parque hay un acto por el ariguanabense ausente que celebran cada 26 de enero. Se habla de las tradiciones. De la patriota Rosa Robes, los hermanos Vivanco, las asociaciones fraternales y que Julio Antonio Mella frecuentaba La Villa Roja por lo enconado de las luchas obreras. Un poco más tarde estamos frente a la iglesia de San Antonio  Abad,  patrono de la villa del Río Ariguanabo, a unos metros del lugar donde, desde hace más de cuarenta años, han hecho su peña los Amigos del Rio, desde 1979 hasta 1989 y desde 2013 hasta que la Covid la detuvo.

Por la calle Real andan dos chicos. Como si fuera lo más natural de este mundo, uno de ellos trae agarrado un mochuelo por las alas. “Esa la venden para brujería”, refiere una transeúnte. “Eso se paga muy bien por aquí”. Y la transeúnte sigue su camino.

 La avecilla nos mira, con sus enormes y expresivos ojos: está suplicando.

“Hemos cogido cuatro más como ésta”, dice uno de los chicos, de unos 12 o 13 años.

“Es apenas un pichón de búho. Ustedes están violando las leyes. ¿Lo saben, verdad?”, advierte Martínez, nuestro cicerón. Se acerca a ellos y paternalmente le explica la monstruosidad de lo que hacen.

“La van a soltar... ¿Verdad?”, les pregunta Alina en tono tierno.

“Sí, la vamos a soltar...”

“¿Por qué no la sueltan ahora mismo?, insiste Yamiris.

Los niños no saben mentir sin delatarse. Apurados van. Aprovechan la oportunidad del escape que el mochuelo no tuvo.

II

La Naturaleza no se atiene a la prepotencia humana. Quienes a principios del siglo XX desviaron el curso del rio no pensaron que éste, poco a poco, iría horadando esos límites artificiales, y comenzaría a socavar la base del pavimento en busca de su cauce original, alrededor de La Placita.

La réplica de un molino de viento, y una imagen de El Bobo vestido de guajiro, el personaje de Eduardo Abela,  franquean la entrada del paseo en que han convertido un tramo de la calle Real. Es el centro comercial del municipio San Antonio de los Baños, sin baños, porque sostenidas agresiones al medio ambiente, ocurridas año tras años, impiden que los oriundos y visitantes disfruten del rio como otrora.

La cuenca y llanura del Ariguanabo pasaron,  de ser un cacicazgo en el cual los aborígenes convivían armoniosamente con la Naturaleza,  a un región cuya biodiversidad está seriamente dañada por una larga serie de improvisaciones sin sustento científico, y las desafortunadas decisiones propias del voluntarismo, la burocracia y la desidia,  imposible de enumerar en un reportaje.

Luchar contra ese insostenible deterioro de la biodiversidad es la razón de ser de la Fundación Ariguanabo, conocida como FundAr. Nació para salvar el amor  a lo nuestro esencial. Sus integrantes presentan proyectos argumentados desde la ciencia. Convocan. Tratan de educar. Insisten. No se rinden en su  propósito de fomentar una cultura de protección del medio ambiente asociada a la salvación del río (1). Pero FundAr no puede sola. No puede rodeada de los microvertederos que, esparcidos por todo el pueblo, al menos hoy 30 de enero los servicios comunales han sido incapaces de recoger.

Hasta hace no mucho tiempo, los señores del buró no los escuchaban. Simulaban hacerlo, como mismo el directivo simulaba atender el reclamo de los habitantes de la punta de una loma (2)  quienes pasan varias semanas sin agua a apenas unos cien metros de un enorme tanque del acueducto. Una tapa rota cuando el paso del ciclón Charlie en el 2003, aún no reparada,  pudiera, simple y llanamente, abastecer de agua potable a  cientos de familias, y a Sobeida, una señora que extraña a su hijo lejano, quien periódicamente paga cuatrocientos pesos por una pipa: “Y menos mal que los vecinos me ayudan con las cubetas”. 

Cuentan que hay indicios de que el actual equipo de gobierno se está ocupando de revertir el deterioro acumulado, a un costo económico altísimo. Las acciones ya no se puede dilatar más “...porque este parece un pueblo de postguerra”, ha dicho un señor en voz alta, como si quisiera que nosotros le oyéramos.

III

Por las ruinas de La Quintica, un centro recreativo fundado en 1936, desandan otros tres niños. “Hace frio pero aquí los muchachos se bañaban como fuera” nos comenta uno de los hombres que comparten unos tragos de ron entre los destrozos de lo que fuera un restaurante. “Estos no se lanzan al río porque sus padres le han advertido que está lleno de....”.  A la entrada, de La Quintica, reposan volcados los restos de dos pequeñas lanchas, de las mismas que, hasta hace unos veinte años, paseaban ya no sólo a los ricos habaneros, como antes de la Revolución,  sino a todo aquel que acudía al lugar a enamorarse, bailar, recrearse rodeado de una Naturaleza que estaba siendo herida, con esa lentitud propia de cierta inopia intelectual solapada. Aquí, sin embargo, se respira aun el hálito de los besos rescatables. La magia de los suspiros disimulados. También se escucha el trino de los que aun conservan sus alas libres, la esperanza de que un día volverán los apretones de las parejas y las tertulias de los amigos. Y desde la plataforma flotante, o el puente, se volverán a lanzar al rio niños y niñas sin importarles sea enero o agosto.

Y cuando uno cree que en esta villa todo es decadencia. Cuando uno ha visto las ruinas del lugar donde se iniciara La Controversia del Siglo entre El Indio Naborí y Angel Valiente, los bultos de basura en cada esquina, y ha sentido que los baches le castigan la próstata debajo del sillín. Cuando uno  se entera de que el gobierno cambió de sede sin intentar restaurar su propio ayuntamiento y alguien  cuenta que, incluso, el comité municipal del PCC se ha mudado varias veces  porque sus inmuebles se han derruido sin repararlos a tiempo... Al mediodía de este frio día de enero llegamos a casa de Felo.  ¡Y ya desde su sala, donde entre libros y lienzos hay una réplica del machete de Máximo Gómez,  se puede ver cómo sale el sol!

IV

“Hay árboles tercos como hombres tercos hay”, dice Rafael Rodríguez Ortiz, Felo, un guajiro historiador autodidacta que tuvo el sueño de plantar, en un basurero cercano a la base área ,cada árbol que José Martí mencionara en su  Diario de Campaña . “Allá en tierras de Granma, adonde fui a buscar muchas posturas, me decían que algunos árboles no se darían aquí por las condiciones climáticas de esta región. Pero: ¿Qué no se puede lograr con amor en las tierras más fértiles de Cuba?”, nos comenta mientras nos acercamos a una campana que, similar a la de La Demajagua, tañe por Cuba Libre.

Aquí los hombres no hablan de la Naturaleza sino la Naturaleza habla por los hombres y cuenta sus historias: La Protesta de Baraguá, la discusión entre próceres en La Mejorana, el encuentro de Fidel y Raúl en Cinco Palmas. Cinco palmas del mismo tamaño hay, y cinco troncos: “Los niños me preguntan cuál de esos troncos es Fidel, y cuál es el Che, y cuál es Almeida y cuál es Raúl y cuál... Y yo les digo que cualquiera puede serlo. Entonces algunos salen corriendo y abrazan un tronco y dicen ´yo llegué primero, soy este o aquel´”. Al Bosque Martiano le dedicó su décima el Indio Naborí, y le sembró un árbol. Y un trovador errante plantó una palma con su hija de dos años.

La escultura de una mujer desnuda preside la hermosa laguna de oxidación cercana al Bosque Martiano. “La rescaté del rio y la traje para acá junto a esa piedra que, como todas las otras, las he ido trasladando poco a poco”. Con piedras Felo ha delimitado un aula ecológica en la cual los infantes aprenden a cuidar la Naturaleza y a amar la Historia. Y ha hecho una especie de tribuna para que canten, reciten y le cuenten a los árboles sus sentimientos. Yo sé que un  día, una joven maestra, como a tantos otros, traerá también a aquellos dos niños que llevaban atada por las alas a la lechucilla blanca.

Aquí nos sentamos, contagiados por la pasión de Felo, y aprendo como si también yo fuera  el que Felo, me confiesa, él sigue siendo cuando le digo que a él y su -nuestro- Bosque Martiano, les haré mi próximo documental. Y Felo: “Pués, fíjese, yo soy un niño de siete años y desde hoy en adelante me acostaré todos los días a soñar con ese documental”.

Epílogo

“Esta es la capital del humor. He visitado su museo y aun no he sentido a nadie reír” pienso mientras doy pedales contra el viento que viene del Norte. Los inclaudicables de FundAr, el joven Martínez y su amor por su terruño, el loco entristecido por la tala de los árboles de La Placita, el perro que hurga entre el basurero y Felo, me acompañan.   Entonces aguzo el oído y a lo lejos, a pesar del aire en contra, creo escuchar la carcajada de una mujer joven. Voy saliendo de San Antonio de los Baños, del Ariguanabo, del rio y de los poetas que enseñan: ¡Solo se trata de aguzar el oído, de saber 

 

Notas:

(1) Tomado de http://www.ariguanabo.org/es/node/16

(2) Verso de la canción Décimas a mi abuelo o “Yo soy de donde hay un rio” de Silvio Rodríguez.