Por: Sender Escobar.
(Tomado de AM-PM y editado por el administrador)
Carlos es un hombre de palabra fácil. Sentado en el portal de su casa en Playa, dialoga con sencillez y humor. Confiesa que tiene mala memoria, pero habla de su vida con locuacidad, como si estuviera interpretando una canción. Carlos se expresa casi siempre en plural, percibe que todo lo que ha logrado en su vida es gracias al apoyo de sus amigos y su creativa familia.
Aunque permanezca sentado, Carlos siempre tiene algo que hacer: un nuevo proyecto musical, la cartelera de la Fábrica de Arte Cubano, los ensayos de Síntesis. Incluso el café que me ofrece, lo hace con la satisfacción de sentirse útil. Mientras, las constantes llamadas a su teléfono son el testimonio de que sus responsabilidades, lejos de ser una carga, son pasiones a las que se entrega completo, como en los cánticos a las deidades que pueblan sus discos.
Durante los primeros compases de la conversación, me percato de su indeleble arete plateado en la oreja izquierda. Es uno de los detalles que más recuerdo de cuando, siendo niño, lo veía en televisión, cantando en un lenguaje incomprensible. Aquellos versos en yoruba poseían un atractivo misterioso, como el estilo musical de Síntesis.
Carlos, igual que Celia Cruz, nació en el barrio habanero de Santo Suárez. De pequeño, en un garaje al lado de su casa, cantaba rancheras mexicanas: “y todo lo que apareciera. En mi casa se escuchaba música clásica, ópera. Éramos una extraña mezcla de personas pobres con cultura”.
Se enamoró del violín a los 10 años. Dibujaba violines en sus libretsd escolares. Estaba decidido a inclinar su rostro en el pequeño instrumento y sacar compases con el movimiento del arco sobre las cuerdas.
La realidad pugnaba en contra de sus sueños:
“Me costó mucho trabajo porque había que pagar las clases de violín. En ese entonces comencé a trabajar como ayudante de albañil. Pagaban un peso diario y lo iba ahorrando”.
El tiempo transcurría y el dinero no era suficiente para comprar el instrumento. “Cuando tras dos semanas de clases vi que no tenía violín, desistí. Después comenzaron a llegar becas de todo tipo”.
Con los programas de becas artísticas establecidos en Cuba durante los años 60, pudo aproximarse más a la música y aprender nociones básicas sobre ella. Eso no le aseguraba continuidad alguna para dedicarse de lleno a lo que ambicionaba. Entonces escuchar música era también un vicio pertinaz.
Mientras pasaba un pequeño curso, se acercó a la música coral y percibió que Euterpe tenía otros rostros melódicos. “En el teatro de la escuela secundaria Manuel Ascunce ensayaba un coro y yo iba porque me encantaba escuchar las segundas voces”.
Carlos terminó la beca y sintió que estaba en una especie de encrucijada. A pesar de su resolución de convertirse en músico, no percibía ninguna oportunidad clara para él. Sus padres, aunque nunca se opusieron, tampoco le dieron esperanzas ante lo que parecía ser un capricho momentáneo.
“Entonces decidí ir yo mismo a hacer la prueba de aptitud en la Escuela Nacional de Música. Quería estudiar algún instrumento. Miraron mis manos y determinaron que no tenía aptitudes para el violín. Me enseñaron una tabla con otros instrumentos que me parecían horribles, como el trombón. Ahora me gusta el trombón”, admite sonriendo.
No fue admitido en la Escuela Nacional de Música (ENA); y para aliviar la economía hogareña tuvo que becarse y estudiar técnico medio en Electricidad. Pero no se alejó de las escalas y los compases.
“Conocí a muchos amigos a los que les gustaba la música y creamos el grupo Los neutrones, con guitarra y batería. Incluso llegamos a cantar en el teatro de la escuela”.
Tras su graduación, Carlos comenzó a trabajar en el puerto pesquero de La Habana, con jornadas laborales de 12 horas. Lejos de hastiarse, empleó el poco tiempo disponible en ensayar con el grupo que había formado al concluir la escuela y en cuya nómina militaban José María Vitier y Pedro Luis Ferrer. En aquella agrupación montaban coversrockeros de la época, siendo Good Vibrations, de los míticos The Beach Boys, una de las piezas protagonistas de los interminables ensayos. El estilo instrumental vocal de la banda californiana era su modo preferido de hacer música.
La vida cotidiana golpeó aquel proyecto inicial: José María Vitier debía cumplir con sus turnos de clases en el Conservatorio Amadeo Roldán; otros conflictos propiciaron la desintegración del grupo: “nosotros creíamos que éramos los Beatles”, cuenta.
Carlos abandonó su trabajo en el puerto. Nuevamente los amigos le convencieron de emprender otro viaje hacia la música. “Había llegado el momento definitivo para nosotros. Decidí quedarme sin trabajo y volver junto a los locos que me acompañaban”.
En una nueva convocatoria pudo entrar a la Escuela Nacional de Arte (ENA) junto con Pedro Luis Ferrer, en Dirección coral. Sus aspiraciones parecían ir por el buen camino, cuando el talento ajeno sería responsable de otra bifurcación:
“Pedro Luis tenía problemas de claustrofobia y pasaba mucho tiempo en el hospitalito de la escuela. A pesar de eso, en tres meses logró completar el programa de tres años y terminó. Entonces fue a convencerme de que saliera de la escuela para continuar con el proyecto del grupo, que prácticamente era una religión para nosotros”, cuenta Carlos, quien para este momento de su historia debió, nuevamente, elegir: o mantenerse en la escuela y estudiar música o reintegrarse en un grupo donde cuando tocaban, todo lo demás carecía de importancia.
Al final se decidió por Los Nova. El camino para establecerse, en un panorama donde nadie parecía interesarse con seriedad en ellos, igual que la canción de los Beatles, fue largo y sinuoso. “Manteníamos los ensayos y nos prometían audiciones que nunca llegaban. Para profesionalizarnos pasamos mucho trabajo pues no había oportunidades para nosotros en La Habana a pesar de presentarnos informalmente en muchos lugares”.
Darse por vencidos no era una opción y los jóvenes miraron hacia el este en búsqueda del espacio negado. “En el año 70 hicimos una visita a Matanzas y nos encontramos con una orquesta buenísima de música moderna. Timor, su director, y los miembros de la orquesta nos hicieron una audición. Éramos un grupo con buen potencial. Además, ya teníamos canciones propias”.
Los Nova regresaron a La Habana con la promesa de comenzar a tocar en Matanzas y las esperanzas renovadas para hacerlo con el mismo ímpetu de sus ensayos infinitos. Al viajar nuevamente a la ciudad de los puentes, frente a la sede de Cultura, un policía, les dio la bienvenida un policía con un rifle al hombro: “Aquí todo el mundo está para la caña”.
El país completo estaba movilizado para alcanzar las ansiadas 10 millones de toneladas de azúcar que, a la postre, no se completarían.
“Nos sentimos perdidos. Pero igual preguntamos dónde estaba la orquesta de Timor picando caña y fuimos para allá. A esa hora los responsables de Cultura que estaban frente al corte no querían admitirnos en la brigada de macheteros”. Para integrar el grupo de macheteros de cultura, existía un requerimiento: ser profesionales de la música. La insistencia en permanecer, como parte de la brigada, fue tan vehemente que fueron admitidos.
“Entonces el director de la orquesta nos prometió que nos daría trabajo al término de la zafra. Nosotros estábamos contentísimos. Teníamos mucho tiempo. Terminábamos el corte a las cinco o seis de la tarde y nos poníamos a ensayar”.
La zafra concluyó y lo prometido se hizo realidad. Destino: Varadero.
En los hoteles del conocido polo turístico comenzaron una vida que nunca imaginaron, no solo por el lujo o el confort de los sitios donde se presentaban, sino por la maravilla de la abundancia gastronómica que los asombraba. “Nosotros veíamos como un gran logro tomarnos un batido de trigo con un bocadito”, recuerda Carlos con humor.
“Estábamos muy bien, a veces dormíamos en las mismas habitaciones del hotel donde teníamos presentaciones. Hasta que, inesperadamente, Pedro Luis llegó con una guitarra”.
En la voz de Pedro Luis escucharon Romance de la niña mala y Ay del amor. La respuesta fue el asombro: “Lo que nos cantaba Pedro Luis era lo más grande del mundo. Nos dimos cuenta de que debíamos lograr algo más y comenzamos entonces a incumplir con nuestro trabajo en Matanzas y Varadero para estar más en La Habana”.
De vuelta a la capital, Carlos formó otra agrupación: Tema 4, esta vez junto a Ele Valdés, Silvia Acea y Eliseo Pino. Dieron varios conciertos, sin horarios definidos —actuaban cuando los llamaban—, y finalmente fueron contratados en el Centro de Desarrollo de la Música en El Vedado, donde trabajaban casi a diario.
“No sé hasta qué punto sería bueno o malo. Lo cierto es que estábamos totalmente en movimiento. No creo que algo así vuelva a suceder, hacer 20 actuaciones al mes. Venía un carro, nos recogía para cantar e íbamos hacia donde fuera”, dice.
Más tarde, los Tema 4 emprendieron un viaje hacia Trinidad, por encargo de la Universidad “Marta Abreu” de Santa Clara , junto al reconocido escritor y etnólogo Samuel Feijóo, para recolectar cantos trinitarios y arreglarlos para otros formatos. Allí permanecieron un mes y, si bien pensaban que la investigación sería una suerte de salvoconducto para la prolongada ausencia a las actividades en Matanzas, la realidad fue otra.
Al regreso a la Atenas de Cuba, el recibimiento estuvo lejos de ser una presentación artística. “En el Teatro Sauto, martillo y cincel en mano, nos pusieron como penitencia a derribar un pedazo de pared y abrir una puerta”. Los golpes eran casi inefectivos ante la dureza de aquella pared de piedra levantada en el siglo XIX. Un mes después, el vano finalmente fue abierto e instalada la puerta. Pero la sanción no terminó ahí: “Nos mandaron para una carpintería. Ele estaba ya embarazada y aproveché ese tiempo para hacer la cuna de X y los percheros para su ropita”.
Carlos sentía que su tiempo en Matanzas estaba cumplido. El panorama en La Habana era diferente para quienes emprendían caminos musicales. Espacios para nuevos proyectos comenzaban a abrirse, gracias al Movimiento de la Nueva Trova.
“Fueron varios años de trabajo, hasta que un día decidimos hacer otro tipo de música”.
Con la ayuda de Eduardo Ramos y Jorge Reyes, en un pequeño estudio de grabación en el Centro de Desarrollo de la Música y en sesiones de experimentación musical, Síntesis perfilaba sus inicios.
“El ingeniero de sonido era fundamental en esas grabaciones”, agrega Carlos sobre aquellos momentos en que, con viejos equipos y extremo cuidado, registraban la música en cintas magnetofónicas.
“En un Festival de la Nueva Trova en Varadero decidimos por unanimidad crear un grupo donde todos perdiéramos el nombre: Amaury Pérez, José María Vitier, Mike Porcel y los miembros de Tema 4 estuvimos de acuerdo en esa decisión”.
Nacía Síntesis con una idea de anonimato personal: solo la música tendría nombre. El grupo experimentaba con nuevas maneras de crear. En primera instancia, unieron la música con el teatro. Actores de primera línea como José Antonio Rodríguez y Carlos Ruiz de la Tejera fueron sus asesores en el aspecto escénico.
“Nos parábamos con una actitud diferente en el escenario. Queríamos expresarnos de otra manera y utilizamos el rock sinfónico unido con la poesía”.
Al concurso con motivo del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes de 1978 en La Habana, Carlos envió dos canciones, compuestas por Mike Porcel y José María Vitier, que formaban parte del tracklist de lo que sería el primer disco de Síntesis: En busca de nueva flor. La sorpresa fue grande cuando las composiciones obtuvieron el primer y segundo lugar. “No las hicimos para el festival, pero las enviamos y por lo visto se acercaban al espíritu del evento”.
Con el álbum a término, solo faltaba el concierto inaugural donde debutarían, finalmente, como Síntesis. La Plaza de la Catedral fue ese escenario, el 14 de diciembre de 1978. Y, si bien el sonido no fue el mejor —según recuerda Carlos—, la experiencia no tuvo comparación. Tocar en un espacio repleto de público marcó un antes y un después en la biografía de la banda, y del propio Carlos. A partir de entonces, cada año, Síntesis repetiría concierto en aquel lugar para celebrar sus aniversarios.
Luego del primer disco los problemas y las separaciones afloraron: Vitier tenía sus planes en solitario, Mike Porcel dejó la dirección musical del grupo y Carlos Alfonso tuvo que asumir esa responsabilidad.
En este momento de la conversación, el también cantante y bajista de Síntesis, hace una pausa. Su voz asume un tono reflexivo ante lo que, para él, significan los desencuentros: “En este grupo han entrado y salido muchas personas, y siempre hemos terminado como amigos para el resto de la vida”. Su concepción personal sobre la música es similar al amor: una relación incondicional por encima de cualquier desavenencia. “A la salida de ellos, tuvimos que buscar sustitutos. Entonces nos llegó una gira por los países socialistas: Rusia, Hungría, Bulgaria y Polonia. Sobre esa primera salida pudiera hacer un libro”, bromea acerca de la primera experiencia del grupo fuera de Cuba entre enero y febrero de 1979.
“Nos fue muy bien. Sobre todo en Hungría, con un arreglo de sonido espectacular. Teníamos de antecedentes bandas como Scorpions y Black Sabbath”. No obstante, en Polonia, la recepción fue tibia. Los antecedió un famoso jazzista del momento y el público pensaba que aquellos cubanos llevados a Europa en los meses más fríos conformaban también un grupo de jazz. “Nosotros en aquella época éramos anti jazz”, comenta, rememorando la actuación en Varsovia.
En 1987 Carlos decidió tomar un rumbo definitivo con Síntesis: comenzó a componer las canciones para el disco Ancestros.
“Tomé la guitarra y de pronto salió Asoyin, pero me era muy difícil cantarlo. No encontraba la manera de hacerlo correctamente y personas más entendidas me decían que no lo hacía bien”.
El rock y la música africana pugnaban dentro de Carlos por estar presente en sus composiciones. Así que insistió y grabó la canción, aunque pensó que, para ese momento, quienes sostenían las tradiciones afrocubanas desde lo artístico y académico emprenderían contra él las más duras críticas. Sin embargo, aquel ritmo innovador ganaría rápidamente admiradores. No solo entre el público de Síntesis, también en la comunidad religiosa donde Carlos encontró apoyo. Incluso en ceremonias rituales, Síntesis ha sustituido a los usuales toques de tambor y cánticos para homenajear a los dioses del panteón yoruba.
“Ahora hay un anuncio sobre el 60 aniversario del Ballet Folclórico Nacional con nuestra música. Además de que otras compañías la usan para montar sus coreografías”. Carlos considera algo más que un elogio el uso de la música de Síntesis en conmemoraciones de este tipo, sobre todo cuando es una compañía profesional quien la utiliza. Esa es, para él, la confirmación de que no estaba equivocado cuando —sin tener conocimiento alguno del idioma yoruba— comenzó un riguroso aprendizaje de las particularidades de un lenguaje de fuerte tradición oral, que identifica a culturas y naciones como Nigeria, Benín o Togo.
Las clases con el reconocido músico y folclorista matancero Lázaro Ros serían indispensables para descubrir los entresijos de la lengua ritual. Lo fundamental fue aprender la entonación que debía poner en las canciones y el énfasis en ciertas palabras.
“Luego haríamos estudios sobre el folclor, tomaríamos clases de baile, para poner rigor en el trabajo que hacíamos”.
Carlos admite que el sello particular que distingue a Síntesis, con su mezcla de música afrocubana con rock and roll, partió de varias fuentes. Recuerda los años que vivió en Mantilla y presenciaba los toques de tambor, sin que ello tuviera relación alguna con comportamientos hostiles de sus pobladores, quienes también aquí personificaban el rostro negado de las grandes urbes.
“Me di cuenta lo divorciado que yo estaba de esa cultura, que también era mía”.
Su percepción original sobre la música afrocubana había sido más bien desinteresada al percibirla como una expresión de barrios pobres, marginales. Tuvieron que transcurrir varios años para que Carlos por fin comprendiera la riqueza intrínseca de los sonidos que cruzaron el mar bajo pieles negras envueltas en grilletes y azotes de la más terrible e ignominiosa de las instituciones: la esclavitud.
Contrario de lo que pueda esperarse, Carlos no es una persona religiosa practicante. Lo que también ha provocado situaciones repletas de humor: “Algunas personas que nos visitan nos han llegado a preguntar dónde es que guardamos los santos”.
Así, desde el punto de vista creativo, la música de Síntesis ha acompañado en paralelo a los ritmos afrocubanos: “Ambas confluyen como un río”.