Tiene cerca de setenta años:
"Yo vine de Guanabacoa a verlo. Mi nieta me insistía mucho en que oyera sus canciones. Esa... Venga la esperanza era como un himno cada vez que limpiaba la casa..."
Todavía no me atrevo a preguntarle por qué habla en pasado de su nieta. Estamos sentados sobre un banco rudo casi en la esquina de 23 y G. Enfrente: un parque apenas desolado. Ya no aquel lleno de Emos, Vampiros, Hippies, Mickeys, Raftafaris, Reparteros. Quiero creer que no los veo pero aun existen, que están más abajo por la misma avenida de los presidentes de ninguno de ellos, adonde Alfredo Guevara quería dialogar dialogar.
Llegan cinco chicos y preguntan si estamos para el P15. Flacos todos. Desgarbados, algunos. Ocurrentes. Huelen a ron barato pero no están ebrios, por el contrario, emanan lucidez, responsabilidad. Regañan al que, el primer día de clases, trató de sampingo a uno que hablaba mucho sin saber que era un profesor, hasta que una vicedecana detrás de él lo enteró. Debaten qué hacer con uno de ellos que vive en Campo Florido y mañana temprano debe estar en su aula: "Asere quédate en mi casa, aquí mismo en El Vedado, que no se sabe cuándo vas a llegar..." "Sólo si tu abuela nos prepara el desayuno..." "Te lo preparo yo...""No, tu abuela..." Y se ríen. Me pregunto cuál será el misterio de la abuela. Y del abuelo de Guanabacoa que ahora dormita al lado mío y que, cuando llega la chica con el pulóver que dice ISRI, aún no le he preguntado por qué habla en pasado de su nieta.
"Último para el P15", pregunta la muchacha. Cuando voy a contestarle me percato de que me está trajinando. Ella sabe que sus compañeros son los últimos, y casi los primeros:
"¡La chica de la bandera de Palestina!", dice uno de ellos, de bigotico y barbita a lo Aramis, el mosquetero de Dumas. "¡Y tú, mi cargador!" Ella responde. Otro le recrimina un pisotón, o un empujón, no logro precisar, y la chica lo abraza a modo de disculpa.
El P15 se demora. El que se parece a Aramis dice que llamó al paradero de Guanabacoa y le dijeron que la guagua va a salir de allá a las once. "Llegará como a las doce y cuarto", comento. Y el de Campo Florido: "Si llega..." Eso desata una discusión acerca de cómo llegar de madrugada de Guanabacoa a Campo Florido.
En eso pasa una patrulla. Una de las muchas que veo la noche en que Silvio canta en La Escalinata. El que parecía mas comedido dice: "¿Y si los ofendemos? A los patrulleros, a lo mejor nos adelantan hasta Dragones""Sí, pero te aseguro que no vas a llegar esta noche a la casa", dice el ultraflaco. "A mi me conviene. Duermo ahí, mañana me dan desayuno y me sueltan para ir al seminario de Filosofía como castigo", dice el de Campo Florido. Se ríen. Uno habla de películas y otro propone un debate acerca de si debieron dejar dinero para regresar en máquina, comer algo o comprar la botella de ron.
Por fin el de Campo Florido accede a quedarse con el del Vedado aunque la abuela no sirva el desayuno: "Pero después que todos estos se monten en la guagua", aclara. Recuerdo aquel axioma de mi juventud: "Salimos juntos, llegamos juntos", aunque aquí "llegar" sea montarse en el P15.
Una hora después al fin aparece el ómnibus. El abuelo despierta. Subimos. Cuando me bajo en Regla veo a la muchacha de la bandera de Palestina y a Aramis que bien parece un mosquetero protector. Miro cómo se aleja el P15 y me percato de que jamás le pregunté al abuelo por qué habló en pasado de su nieta. Se alejan. Ya no veo una guagua azul sino el ala batiente de un multicolor colibrí...
Excelente,me gustó, bonita crónica de regreso a casa
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