En tránsito a lo peor

Lo peor que nos podría pasar como nación en Cuba, ya se está produciendo. No es sólo la normalización de la precariedad, el subdesarrollo crónico y el cohecho del funcionarato  que ya vemos a diario. 

Lo peor que nos podría pasar, ya pasa. O sea, que en vez de combatir esos males tremendos, la mayoría de los ciudadanos nos adaptamos a su existencia como algo sin remedio. Es  la estandarización de los antivalores o lo que, dicho en términos mundanos, llamaríamos el sálvese quien pueda. 

Nunca antes la solidaridad y la honradez sin poses ni rimbombancias fueron tan rebeldes, en Cuba, ni  tan revolucionarias como lo son ahora, en este minuto, en que todos los sueños parecen traicionados por una proclamada continuidad devenida desastre vistos los resultados concretos de su gestión en las condiciones impuestas por la hostilidad del imperialismo yanqui. 

Nunca antes la verdad sin atavíos ni sesgos oportunistas fue tan rebelde, en Cuba, ni tan revolucionaria como lo es ahora, en este minuto, en que los ideales de la igualdad caen en coma nacional, burlados por quienes usaron -y usan-  sus vínculos con o pertenencia al poder administrativo y político, sus excesos de discrecionalidad, para solapadamente, primero -cuando aun se combatía desde la institucionalidad- y descaradamente ahora -cuando ya la institucionalidad que debe combatirlos está tan deprimida o corrupta que se ha vuelto inerte- ir fomentando precisamente aquello que tantas prohibiciones absurdas y dogmas  ridículos pretendían evitar: el resurgimiento y desarrollo en la Cuba -que creíamos honradamente muchos podría llegar al socialismo durante el ciclo de una vida- de una clase social oligarca, pútrida, esencialmente explotadora ya ni siquiera por la magnitud de la riqueza que puedan acumular sino, sobre todo, por las expectativas de superioridad que se han formado en sus mentes, o sea, por su ideología. 

Y todo esto lo pienso mientras veo a dos policías de San José de las Lajas llevarse detenido a un joven negro guantanamero por intentar trasladar "¡Veinte litros de ron sin papeles! Serán solo veinte litros pero tienes que tener papeles porque yo  puedo pensar que son robados", dice el oficial y no entiende que "compay, eso se lo venden a usted en cualquier lugar en Guantánamo y nadie le da papeles. Son para el cumpleaños de mi abuelo...". 

Durante los diez minutos más o menos que duró el intercambio entre los tres orientales -pues los dos policías, por su acento, también debieron serlo- me pregunté cuánto se habrá derrochado en este país por malas prácticas administrativas, cuántos frigoríficos más tendrán carnes y embutidos a punto de pudrirse, cuánto costará al erario los viajes de la esposa con el presidente, cuánto costará mantener la conectividad de los llamados "activistas" que atacan a una joven defensora de Cuba -llamada en las redes Tere Felipe- porque solicite transparencia para explicar precisamente cuáles son las funciones de la esposa del presidente en esos viajes. 

¿Dónde está La Revolución entonces? ¿En el policía oriental -pobre también, también negro- que detiene a un guantanamero negro y pobre como él por veinte litros de ron? ¿Está en que el Ministerio del Interior y la Fiscalía esperen a que cundan las especulaciones, y se degrade en las redes a otra persona, para revelar la identidad de un asesino? ¿Está en un niño en edad preescolar cantando -si se le pudiera llamar  cantar a eso- una cosa sexista y vulgar en una institución llamada educacional con el aplauso y el estímulo de quienes deberían educarlo?