Empatía

Desde mis tiempos de participante en reuniones improductivas e inertes,  desarrollé una especie de "vicio evasivo" ante el aburrimiento, que ahora me persigue en las denominadas "galas político-culturales" y los espectáculos mal realizados: me pongo a pensar en las "musarañas", primero, luego a  "vacilar" a los de la primera fila y a imaginar cuentos surrealistas.

Como al quinto bache, veo a Pepe Mujica. Maneja su "cucarachita" VW por la carretera del cementerio de Manzanillo, como quien busca la avenida Martí, vaya, y mira a su izquierda. Le llama la atención una hermosa casa -bueno, no tan hermosa por su arquitectura pero si muy grande, y cuidadita, rodeada de malla pirle-, y se pregunta Mujica quién vive ahí, si algún machetero millonario, un destacado innovador o un científico de la biotecnología manzani...

¿Cómo reaccionaría José Martí si caminara por las calles de este Manzanillo de la Cuba del siglo XXI? -se pregunta Pepe Mujica:

 ¿Qué escribiría sobre los cubanos de hoy? 

¿Aplaudiría que el párroco de la iglesia local tuviera que salir de su templo a pedirles a los organizadores de aquel jolgorio que, por favor, bajaran un poco la bulla, que están interrumpiendo la misa?

¿Comprendería a los funcionarios que, con una mano pretenden dirigir, y con la otra permiten, practican o alientan la corrupción? 

¿Entendería el prócer cubano a ciertos adolescentes que lo citan  en el aula  de lunes a viernes, y  lo niegan los fines de semana con indisciplina social y falta de civismo?

 Se pregunta Pepe Mujica qué le diría El Maestro a los padres que ni siquiera sospechan el modo en que sus hijos confunden la diversión con el vicio, o a los directores de escuela que se hayan convertido en modernos conversos del papagayismo dogmático.

Qué diría José Martí si fuera a un círculo infantil y viera La Edad de Oro multiplicada en la letra y la faena de las educadoras y asistentes a las cuales el salario apenas le alcanza para una semana, si conversara con el humilde obrero que cada día sale a ganar el pan para su familia con tesón y honestidad, si viera los fieles congregados, unos en las iglesias, otros en su Partido, los terceros en los sueños de mejoramiento y vida. Esa  mayoría decisiva llamada Pueblo,  luchando por hacer real aquella, su máxima, “con todos y para el bien de todos”. 

Estoy seguro que Martí alabaría a los donantes voluntarios de sangre,  empeñados en salvar el cuerpo del otro, lo mismo que a los que oran a Jesús o le piden a la virgen para salvar el alma del otro. Sonreiría al limpiador del sendero de la vida cada mañana, al médico que no abandona a su paciente aunque esté de post-guardia y tres misiones en África no le alcancen para comprarse un auto, al chofer que no  deja a sus coterráneos abrumados en las paradas. Nos alentaría a seguir siendo nosotros mismos, libertos y libertarios; nos llevaría de la mano a La Demajagua y a la responsabilidad ante el don conquistado de la soberanía, desde allende o aquende los mares. 

"La era está pariendo un corazón", la potente voz de la cantante Doris Stevens pugna por devolverme a la realidad, y se me diluye la imagen de Pepe Mujica, en Casa de las Américas, diciendo: "La confianza de la gente se pierde si nos ven distantes, por eso es necesario no perder la humildad sea cual sea tu estilo de vida", y ahí despierto por completo, con la vista sobre la nuca de uno de los tantos girovagantes.

¿Qué escribiría Martí de nosotros, si volviera? Pero Martí no es el Dios que tiene el atributo de una segunda venida. Martí es únicamente Hombre. Hombre que   sólo con la obra está, con la obra que logremos  preservar, actualizar y refundar, con la humildad, el respeto, la consecuencia ética, en fin, con honradez, coherencia y amor