La verdad lezamiana y el periodismo estatal en Cuba.

Uno de los escritores cubanos de mayor universalidad y hondura filosófica, José Lezama Lima opinaba que: ¨toda verdad necesita ser conversada, humanizada. Lo que no es conversado no está al nivel del hombre¨. Fin de la cita. Entender una frase lezamiana, en sentido directo, por mundana que parezca, es tan absurdo como pretender la comprensión de una pintura abstracta o una obra musical barroca. Cuando Lezama habla de verdad conversada, tal vez se refiera a lo que entiendo como verdad compartida o –tal vez mejor-, verdad debatida, departida entre muchos o la mayoría.

Cada trabajo periodístico, cada mensaje amplificado a través de un medio de prensa, debería ser, al menos, reflejo de las verdades inherentes a su autor, y no sólo la expresión preconcebida de determinada ideopolítica enunciada -no siempre practicada- por justa o necesaria que parezca. El modo peculiar de enfocar esas verdades por cada periodista –si bien es reflejo de su vida en sociedad-, debería estar ante todo determinado por su particularidad, su individualidad, y después por la denominada Política Editorial, que sería el resultado de la conciliación de los intereses e inquietudes de los perceptores, los oyentes, los televidentes o los lectores, o sea, la conciliación de agendas.

Durante mi etapa como realizador de radio, aspiré a compartir mi verdad con las verdades de un perceptor activo “con la sartén cogida por el mango”, con un oyente tenido en cuenta en un proceso de conciliación de sus intereses con los intereses de quienes le acompañamos en la sociedad. Ese sería un periodismo que nos conducirá a la verdad humanizada lezamiana -creía, creo aun- que tanta falta nos hace, y que tiene su origen en la mismísima concepción martiana de Patria con todos y para el bien de todos.

El resultado de ese empeño fue un ardid técnico con el que me sacaron del juego de la radiodifusión en Cuba y, sin proponérselos, claro, la girovagancia me introdujo en esta aventura de las redes sociales y la blogosfera en las cuales he seguido haciendo lo mío aunque ya sin las pretensiones fundantes de cuando se es mas joven. 

No soy un anti-periodista, al contrario. S fuera posible, me gustaría tanto apreciar un Julius Fusick reencarnado en el periódico La Demajagua de Bayamo, un Jhon Reed resucitado en la página internacional de Cubadebate, o volver escuchar los enfoques en Radar 1590 del uruguayo Ibarra Zabaleta -aquel que nos enseñó a cautivar con la radio revolucionaria- en el actual Haciendo Radio, o la elegancia y la coherencia de un José Martí en el periódico Granma. 

 De todos los Vera Portales que hay en uno solo, he reverenciado al Vera espontáneo y reportero de la inmediatez...; soy un seguidor -y admirador, aunque no siempre esté de acuerdo-,  del programa Hablando Claro de Radio Rebelde pero no soporto la letanía hipodérmica de Radio Reloj, ni el determinismo propagandístico y simplón del Noticiero Nacional de Televisión, ni la impostación de algunos corresponsales de provincia que no se atreven a contrariar a sus primeros secretarios. Aprecio, incluso, a Taladrid cuando habla de política internacional o de pelota pero cuando aparece Randy, no sé... ¨yo no puedo entrar¨. 

Lamentablemente, en nuestros medios y períódicos, aun persisten demasiados pullitzers y goebelianos. 

Reconozco que me salgo de mis casillas cuando me enfrento al texto, el sonido o la imagen de un periodista joven genuflexo y sin criterio -o con criterios epidérmicos y consigneros-, al que se le nota que no se atreve a cruzar cierta demarcación ideologizante. Considero, a este tipo de periodista joven, un pésimo augurio para la Patria. 

Por otra parte, comprendo el terror paralizante  a perder su estatus de algunos consagrados (por suerte, cada vez menos), sus limosnas materiales y sociales, y alguna que otra prebendilla de ocasión. Por eso admiro doblemente -aunque discrepemos en múltiples ocasiones- a David Rodríguez*, José Alejandro Rodríguez, Soledad Cruz, Adonis Sumit y tantos otros que ahora no me vienen a la mente, pero que reconozco apenas leer dos líneas de un trabajo realizado por ellos, por su profesionalidad y coherencia. 

Ahora la prensa cubana estatalizada anda en asuntos de cambios de modelo de gestión. Yo sigo plantado en mis trece. Sigo insistiendo en que no basta un cambio de modelo de gestión económica ni de contenidos. Que lo determinante sería cambiar el paradigma sobre la cual se sustenta todo el edificio conceptual y metodológico de los medios de comunicación en Cuba y pasar de un funcionalismo lingüístico transmisivo ya obsoleto a la aplicación de modelos dialógicos de acción-participación como único camino para transitar hacia esa verdad conversada de la que hablaba Lezama. 

*Cuando escribí el borrador de este ensayo que he resumido para el blog, aun David Rodríguez vivía.