viernes, 17 de mayo de 2024

Diálogo al amanecer

Por: Armando Fernández.


(despues de una noche calurosa, sin luz y con mosquitos)


Suena el despertador. La Doña se mueve en la cama. Luego de una pausa, y a cámara lenta, se sienta y logra entreabrir los parpados. Ha sido una de esas noches calidas, con mosquitos, sin luz desde las 8 pm hasta las 5 am.

Tambien me incorporo. ¿Cómo te sientes? le pregunto por inercia.

- "Ripiá" -me contesta y agacha la cabeza.

Terco en mis formas le digo: 

- Una revolucionaria nunca esta "ripiá".

- No soy revolucionaria -me dice sin un atisbo de emoción:

- ¿Eso por qué?

- Ya no hay Revolución. Sólo en la tv.

Me quedé pensativo. 

Desayunamos. 

Se va para su trabajo sobre su su bici. Son siete kilómetros a pleno sol. Apenas se marcha, cortan  de nuevo la electricidad. Cuando regrese tampoco habrá luz ni revolución energética.

Llueve en Houston y Rio grande do sul. 

Aqui llueven carencias. Agua, no; hasta el lunes.

En mi niñez habia mamertos, muñecos de plastilina y narices.

Ahora tambien: con vientres y papadas...




martes, 14 de mayo de 2024

Descuento

 Escribir sobre mis vivencias como cubano, va dejando de tener sentido y se encamina cada vez más hacia lo fatuo, lo intrascendente. Uno se da cuenta no sólo al reconocerse en la torpeza estilística de iniciar un párrafo con un infinitivo sino, y sobre todo, por esa sensación de estar inexorablemente sobre la noria.  Y no vaya a creer usted que no existan propuestas de debates sobre profundas y estratégicas temáticas lo mismo que cacareos acerca de los más anoréxicos asuntos. Existen, claro. 

Las últimas semanas, por sólo poner un ejemplo, vimos en las redes el comienzo y final no de una verde mañana, como la canción de Pablo, sino de una campaña ridícula, previsible, contra El Toque, una web magnificada por la plata de los centros de poder adversos al gobierno cubano combinados con el ya sempiterno victimismo de quienes llevan los hilos de la propaganda política desde el PCC. Más allá del resultado concreto: el dólar y el euro han sostenido su ascenso y ya llegan a los 400 CUP,  lo terriblemente aburrido en este caso -como en casi todos, últimamente, en la tierra de liborio- es que todos estamos montados sobre la diabólica noria del inmovilidad, incluso, los que creen honradamente que El Toque induce a la inflación, y soslayar -por fanatismo y/o conveniencia- el componente de responsabilidad propia -gubernamental y política- en la debacle económica.

Cansinos, la verdad. Muy cansinos y redundantes. Para lo único que sirven ridículos como la campaña contra El Toque -al menos desde mi punto de vista- es para desarrollar un poco de empatía por ciertos hatter que insisten en traer su mala hiel a nuestro forun. Se entiende un poco la mala leche de quienes, gozosos primero sobre la noria, al quedar sin las prebendas de su posición otorgada antes por el mismo sistema del que ahora reniegan, se narcotizaron de tedio y decepción cuando perdieron, o les quitaron, la canalita. Y la empatía, en este caso, conduce a una extraña sensación de lástima y náusea. Porque ya ni siquiera el ridículo sirve para demostrar la obsolescencia de los métodos de los llamados cibercombatientes porque la estupidez es tan evidente que no necesita ser demostrada. 

El 11 de julio de 2021, cuando vi en Manzanillo a una joven madre flaca, mestiza,  pobre,  cargar a palos y pedradas contra otra madre,  flaca, mestiza, pobre supe que La Revolución exhalaba el último estertor. Supe que los enemigos de la utopía habían vencido con la complicidad de quienes no entendieron a tiempo, o no les era dado entender, que los sueños tienen un límite para la concreción, la materialización, antes de convertirse en pesadilla recurrente. Y la pesadilla recurrente es que, muerta La Revolución girante sobre si misma y sin despegue, Cuba también ha comenzado a morir. 

Y no sólo porque nuestra población decrezca, cada vez menos jóvenes defiendan sus proyectos de vida en su Patria, se devalorice la decencia o se reniegue cotidianamente de valores identitarios, que ya todo eso sería gravísimo. Cuba se nos muere porque como nación -nación más que sistema socio político, nación como cultura en su más diversa y compleja acepción-, enquistado el poder en consignas, redundancias y oportunismos disfrazados de convicciones, nos estamos reduciendo masivamente a la brutal sobrevivencia cotidiana, precaria que no primitiva, del sálvese quien pueda. 

El tiempo va dejando de ser una variable crítica. El cronómetro ha comenzado a descontar para la Nación Cubana. Sencilla y llanamente: el tiempo está dejando de ser. No hay esperanza, por hermosa y sólida que sea, que sobreviva la sordera irreversible. 

No voy a mencionar culpables ni a convertir estas letras en pasto de egos y vendetas. Cada cual dicte su sentencia que ya estamos en descuento.  





martes, 7 de mayo de 2024

La espiral de la disfunción.

"Ojalá nunca tengas la mala suerte de que un Pocket Card (dispositivo terminal portatil de cobro) de carga de FINCIMEX falle y te vacíe el saldo de la tarjeta prepago del combustible", me había advertido el jefe de operaciones de una empresa homóloga a la mía. Se trata de uno de esos accidentes que uno creería que nunca le va a pasar -como que se te quede trabada la tarjeta magnética en un cajero automático a las 12 de la noche o que ETECSA o la UNE te corten el servicio por un error... De ellos- pero que, cuando te pasan, te confirman lo mal configurados que están los servicios esenciales en este país, y la poca importancia real que le da el gobierno a resolver esos problemas, si nos atenemos a la incapacidad de ser efectivos en su resolución.

El procedimiento parece sencillo: abres una cuenta empresarial de prepago en FINCIMEX, le pones una cantidad de dinero, solicitas una o varias tarjetas magnéticas y le adjudicas un determinado saldo con el cual podrás pagar el combustible en cualquier servicentro del país. Sin lío... ¡Pues no! ¡Con lío! Con lío cuando un día el dispositivo del servicentro, por un problema de soporte de CUPET, falla y te "chupa" el saldo. Entonces el jefe de turno te debe de dar una carta que certifique el fallo -lo cual ya puede ser el primer problema si el tipo no está de humor, o no tiene impresora-, luego debes ir a FINCIMEX -no importa si el inmueble está a 40 kilómetros de donde te "chuparon" el saldo-, hacer una cola que puede durar todo el día -ya la de esta vivencia lleva tres horas y media- y, si no te pones pesado y no le falta algún requisito a la carta, FINCIMEX se toma su tiempo a discrecionalidad para rectificar el error. Tu tiempo como cliente y el costo de resolver un problema que ni tú ni tu empresa provocaron, del cual son víctimas, no le importa al gobierno ni al ministerio ni a ninguno de los que se dicen servidores públicos, ni mucho menos a los funcionarios y expertos del banco que deberían ocuparse de que no sucedieran tales dislates. Y la evidencia de que no les importa es que una y otra vez se repiten errores como ese, y no pasa nada. 

Lo peor, y más irónico, es cuando el pocket que te roba el saldo es cualquiera de los existentes en la mismísima estación de carga de FINCIMEX. O sea, no es el problema de un cliente -CUPET, cuando el error se produce en un servicentro- sino el de una estructura del mismo Banco Financiero del CIMEX. Su pocket te chupa el saldo y, la misma entidad a la que pertenece ese pocket, te obliga a hacer una cola que no avanza, a perder lo menos un día de trabajo para rectificar la barahúnda que ellos mismos armaron por no detectar a tiempo un equipo defectuoso.

Podrá reunirse un millón de veces el Consejo de Ministros, podrá El Presidente del país lograr los contratos más ventajosos lo mismo con los rusos que con los Caballeros Yedi, podrán -en el más fantasioso de los casos- los americanos quitar el bloqueo y darnos la condición de nación económicamente más favorecidas... Que si uno tiene que pasarse un día entero en una cola para que un banco como FINCIMEX rectifique un mal funcionamiento de ellos mismos, que le causa a tu empresa prejuicios serios como cliente suyo, este país jamás va a salir del subdesarrollo y la precariedad. Y este modelo socioeconómico seguirá cayendo en una espiral indefendible de disfuncionalidad.

Mientras haya entidades como FINCIMEX -esenciales para el normal desenvolvimiento económico de la nación- puestas, por obra y gracia de la nomenclatura político-administrativa, por encima de cualquier escrutinio ciudadano y funcionen como monopolios sin competencia ni alternativa, este país seguirá en espiral descendente hacia la bancarrota aun cuando la hostilidad externa desaparezca por completo.

Porque es el secuestro del tiempo de la ciudadanía -dígase el pueblo, si se quiere-, debido a la brutal ineficacia de estos monopolios como FINCIMEX o ETECSA, por poner otro ejemplo, el impedimento mayor para nuestro desarrollo. Y uno de los argumentos más convincentes y prácticos de que nuestro sistema, en el cual un monopolios estatal rige las actividades que se creen o en verdad son fundamentales, no funciona: es obsoleto. 

Luego de perdida la batalla económica, la acumulación sostenida, multiplicada, masiva e indetenible de malestares como éste,  está haciendo que el proyecto denominado Revolución Cubana esté perdiendo la batalla ideopolítica.

 (Dicho así, sin lubricantes, soy consciente de que la oración atraerá a los legionarios de las descalificaciones, las falacias, asalariados o amateurs, de la nomenclatura).  

Pero: ¿Qué superioridad sobre el capitalismo hay en la ineficiencia, la precariedad de los servicios convertida ya en un problema antropológico y la justificación de esos males desde una prensa que hace cada vez menos periodismo y más propaganda politiquera? 

Ningun propósito noble puede sustentarse sobre la incapacidad de funcionar correctamente, el dolo, la procrastinación, en sectores tan importantes como las finanzas, las energías, la industria pesada... 

El encono, no de un pueblo sino de una estructura burocrática que parece funcionar solo para si misma, cuyo cometido cada vez más se aleja de su razón esencial, aquella proclamada "Revolución con los humildes, por los humildes y para los humildes". El encono basado en formas más o menos sutiles de manipulación o represión, no nos va a sacar del atolladero. El encono no como determinación de lucha por lo que se ama o por lo que se cree, ni por el camino de la coherencia con lo proclamado, sino como aferramiento de los mismos a las mismas obsolescencias, los mismos ensayos que una y otra vez conducen al fracaso. El encono como la incapacidad de cambiar a tiempo y resolver, o por lo menos ponerse en el camino de solventar, los problemas más graves por los que atravesamos. El encono se está revelando como la principal causa de nuestras desgracias. Y ese encono no le toca ni a Putin ni a Biden rectificarlo  y encausarlo por el camino del progreso...



viernes, 3 de mayo de 2024

Bayamo: paradojas y contrastes

 En Bayamo, cuna de la nacionalidad cubana, hay un restaurante que ostenta cierto lujo. Sus emprendedores hacen alarde de postmodernidad. Para leer la carta menú captas  un código QR de lo más chulo, y accedes a un sitio web que te desglosa los platos, con imágenes y otras especificidades de los mismos. Llego la única noche -de las ocho que estuve últimamente- en que hay apagón en el centro histórico urbano bayamés. Como tienen planta eléctrica, pueden continuar prestando servicios. Son los únicos por los alrededores. Y los más caros. 

He estado todo el día, y parte de la noche, en un barrio llamado El Almirante,  luchando con un camión roto a unos 7 kms del restaurante.

 No tengo opción. Entro. Una bealdad, sumamente amable, me entrega el dispositivo con el código QR. Reviso el menú. Como había sospechado, los platos principales cuestan más de mil CUP. Estoy decidiendo entre pagarlo o dormir con el hambre acumulada tras una jornada de intenso trabajo y tensiones cuando ¡albricias! aparece un plato que vale 750 CUP que puedo costear con mis viáticos. 

Me relajo y me pongo a observar la ambientación del salón mientras otra mesera -también sumamente hermosa- sale con mi pedido a lo que supongo la cocina. Hay fotografías de trovadores, entre ellas, de Sindo Garay, el legendario juglar que vivió y fue sepultado en esta ciudad. También hay imágenes de lugares emblemáticos por su carga de historia. Pienso que los dueños, o gerentes, deben ser amantes o conocedores del simbolismo abrazado a la otrora villa de San Salvador. 

Entonces conecto con el ambiente sonoro: los regaños a un niñito travieso que insiste en correr por el salón, una familia que comparte anécdotas, la balada, de uno de esos artistas españoles, o latinos, que supongo por mi edad soy incapaz de distinguir uno de otro... Es agradable, la balada. La letra no dice nada distintivo o que me haga pensar pero: ¡¿Quién rayos va a un restaurante a pensar!? 

Para quien no se involucre, la vida en el barrio El Almirante parece transcurrir con aquella placidez que se sugería con las láminas del libro de historia de primaria, aquel por el cual estudiamos mi generación, donde veíamos a los taínos confeccionar el casabe, celebrar areíto y cazar con tranquilidad paradisíaca. Aun recuerdo aquella lámina con una familia de aborígenes, cada cual en lo suyo, alrededor de un bohío, como si el imaginario cronista los hubiera captado antes de que Diego Velázquez y Pánfilo de Narvaez llegarán a fastidiarles la felicidad. 

Pero los pobladores del suburbio bayamés viven muy distantes de la tranquilidad. Su problema mayor es el abasto de agua, con todo y que en sus predios se encuentran las estaciones de bombeo de las cuales depende la ciudad, y su mayor empeño es el desarrollo por iniciativa privada de producciones artesanales de alfarería. Sus hornos pudieran considerarse de museo pues son similares a los usados por nuestros antepasados hace un milenio. 

A la falta de agua potable se le suma la sequía en la zona, persistente esta primavera, que, combinada con las calles y trillos sin pavimentar, hacen que el polvo sea dueño y señor del ambiente, el sol castigue y mortifiquen los insectos llegados de quien sabe donde. 

Aquí se vive sin bulla. Sin esos alardes sonoros propios de las grandes urbanizaciones como Centro Habana o el Versalles de Santiago de Cuba. Al compás de las aves, la leña en los hornos crepita subrepticia y coce la tierra que se convertirá en casas, inmuebles para negocios, escuelas en cualquier lugar adonde sus gestores de venta lleguen con los ladrillos y mosaicos. Sólo se escucha la radio -Radio Bayamo, preferiblemente y alguna vez escuché a Rebelde-, y la música de alguna bocina portátil con fusiones y reguetones. O el audio -cada vez más habitual y descarado- de algun YouTuber  de Miami profiriendo que si dictadura o libertad... 



Algunos reflexionamos dentro de la soledad espiritual de un salón de restaurante ambientado, como debería ser en una ciudad llamada cuna de la nacionalidad: quién sabe si las paredes pintadas con esmero, ambientadas con gusto identitario, del restaurante de relativo lujo donde ahora mastico y trago el plato menos caro que encontré... 

Levanto la vista para pedir la cuenta. Conecto con la realidad de la hermosa figura de la mesera y vuelvo al entorno con todos los sentidos. Entonces escucho los primeros acordes de Ojalá, la archifamosa canción de Silvio, y, justo cuando voy a celebrar la coherencia, una mano pulsa un botón, o un íncono, y la salta sin dejar que llegue el segundo verso. "¿Por qué la saltan? Está muy mal que la salten en un lugar donde la foto de Sindo Garay casi franquea la entrada", le digo a la mesera. Ella no entiende. Me entrega la nota con su mirada constante, su sonrisa perfecta, mirada y sonrisa que allí mismo se revelan falsas, importadas, y que me perseguirán los siguientes días en los diversos lugares del Centro Histórico Urbano del Bayamo paradójico y contrastante donde, bajo el ceño de Sindo sumido en su rincón, alguien también salta El Breve espacio en que no estás, la canción de Pablo preferida por mi madre para poner la enésima versión de Despacito. 

...Quien sabe si estas paredes, y todas las paredes de la Cuna de la Nacionalidad,  han sido forjadas desde hace siglos en hornos como los que he visto  en la tarde en El Almirante, por similares manos laboriosas criadas por madrazas como la abuela que acoge a los chóferes durante los días de odisea técnica, y cada mediodía nos conmina a compartir el almuerzo de su familia, con una apasionada solidaridad propia de tiempos y valores que uno creía perdidos en este país. 

En El Almirante se comparte sin ambagues ni poses, como el acto más natural del universo, aunque sospecho que ninguno de ellos -ni menos la abuela solidaria- llegará por si misma a comer ni siquiera el plato más barato en este restaurante de relativo lujo mientras arrulla La Tarde aprendida de sus propios abuelos, sin saber, seguramente, que esa foto que le mira es la del hombre autoalfabetizado que escribió uno de los más bellos homenajes que se le hiciera jamás a la mujer bayamesa y que yo no escuché jamás en nueve días, en ninguno de los sitios por los que anduve...