Le salta a la vista de cualquiera que sea la formación del lector. Hay un error conceptual de fondo en el texto Cuba y el Mercado de José Ángel Turro Gomero: achacar el deterioro social en Cuba a las relaciones mercantiles. No puede decirse que el dislate sea la expresión de un dogma seudomarxista porque ni siquiera los soviéticos mayores partidarios de la planificación, la centralización y el control estatal, se atrevieron a atribuirle a las relaciones mercantiles los problemas sociales. No confundieron mercado con relaciones de producción y distribución de la riqueza.
El autor olvida que antes de que existan relaciones mercantiles tienen que haber distribución del trabajo y relaciones de producción. Sin productos, no hay mercado. Sin productos menos hay necesidad de que ningun Estado administre y distribuya equitativamente lo producido, o regule y norme para que se haga a través del mercado. El Estado surge, precisamente, cuando hay excedente de producción, hay una incipente propiedad privada y se manifiesta la necesidad de regular la relación entre la acumulación y la distribución de esa riqueza. Entonces el Estado, en sentido estricto, es un regulador social y el gobierno, su brazo ejecutor, es un mero administrador.
Pero toda producción material es, también, producción cultural que potencia los nexos entre los sujetos, o sea, tiene asociada producción ideológica -ideológica, no necesariamente ideopolítica- como una de las dimensiones de La Cultura.
La conversión de un animal en caza, primero, y luego en alimento, adquiere connotaciones significantes -de ahí el desarrollo del arte rupestre- y la especialización en actividades productivas -las que determinan la supervivencia y/o la supremacía- y las no productivas en la dimensión de lo que llamamos espiritual.
Entonces las verdaderas bendiciones o desgracias de cualquier grupo humano -llámese gens, tribu, colonia o país- está en la potencialidad y capacidad que ese grupo tenga de producir, de generar bienes materiales y espirituales que le permitan no sólo la supervivencia como sociedad sino además y, si es posible, la supremacia o al menos la distención con otros similares.
Un país que no produce es un caos. Un país que no produce ni siquiera tiene una necesidad real de Estado porque no tiene sentido un Estado que no tenga riqueza para distribuir. Entonces el Estado se convierte en un aparato burocrático, un repartidor de precariedad. Y sus mecanismos e instrumentos constituyen lastres.
Si repasamos la historia, todos los Estados exitosos, lo han sido, porque fueron capaces de equilibrar el sometimiento con el espejismo de la expectativa satisfecha en las mayorías. Ahí radica el arte de gobernar. Y digo espejismo porque, si bien no todos los exitosos han sido capaces de satisfacer materialmente esa expectativa, al menos lo lograron en la dimensión ideológica. El ejemplo está en el cubano que se va para Estados Unidos por El Mariel, y que no vivía tan mal materialmente aquí pero quería vivir mejor desde sus aspiraciones. Legaba a Miami, tenía que doblar el lomo para pagar gratuidades individuales que aquí tenía garantizadas sin detenerse a pensar donde salía el dinero para costearla -universidad para sus hijos, por ejemplo, una operación quirúrgica compleja, aquellos gimnasios gratuitos del INDER que ya no existen, participar en el concierto de un gran artista a un costo ínfimo- pero siente que sus expectativas de tener un auto o comer carne de res cada vez que quisiera, o ver un televisor en colores, o poder gritar "Abajo el Presidente", estaban satisfechas en La Florida.
Hay una relación de interdependencia entra la expectativa, el sistema de valores -con la moral y las valoraciones como sus manifestaciones- y la producción material. Y hasta el día de hoy sólo existen dos tipos de estructuras reguladoras de esa relación: las de orden material y las de orden ideológico.
El principal instrumento de las estructuras de orden material es el mercado y las relaciones mercantiles. El mercado es también un instrumento de regulación del cual el Estado puede valerse para concentrarse en equilibrar satisfacción de las expectativas y sometimiento. Un instrumento que no debería ser competencia del gobierno, como brazo ejecutor del Estado, sino de los productores y los consumidores con ese gobierno como mediador. El gobierno puede propiciar, estimular, regular el mercado pero no puede ni controlarlo ni mucho menos decretarlo o prohibirlo. Al menos, la historia demuestra que no lo puede hacer exitosamente en aras del equilibrio entre expectativa satisfecha y dominación. Los bandos españoles contra la descentralización del comercio de los colonos en Cuba fue la chispa incipiente de la expectativa de independencia. La Ley Seca en Estados Unidos sólo trajo más problemas sociales y crisis de su establishment.
El instrumento de las estructuras de orden ideológico es lo que Althousser llama Aparatos Ideológicos del Estado, o sea: las iglesias, las academias, las instituciones legislativas, los medios de comunicación.
A partir de las premisas anteriores, repasemos Cuba:
La Revolución Cubana se desarrolla en la década del sesenta precisamente porque el Estado logra equilibrar la satisfacción de las expectativas con el sometimiento de quienes le adversaban. El campesino que soñaba con la tierra, tiene la tierra. El obrero que no podía pagar el tratamiento médico de un hijo, lo tiene gratuito. El desempleado, tiene trabajo. La mujer excluida, siente que es útil. El intelectual que arañaba para sostener a los suyos, está subvencionado. El maestro público que apenas tenía aula, tiene aula y posibilidades de superación personal.
Hay un sector de la población que ya tenía todos esos bienes al alcance al triunfo de la Revolución cuyas expectativas estaban puestas más en superar la inseguridad propiciada por la dictadura batistiana y en seguir fomentando su propio éxito, que en el ideal de sacrificar sus proyectos personales a favor de los hasta entonces desposeídos. Ese grupo adoptó tres conductas predominantes: cambiaron honradamente su sistema de valores y siguieron el ideal revolucionario, se volvieron contra la Revolución y fueron sometidos, aprendieron a simular que apoyaban la Revolución y aprovecharon sus "puertas traseras" mientras pudieron hasta emigrar en muchos casos. La mayoría de los actuales más acérrimos enemigos de la forma de gobierno en Cuba, tengo la impresión, pertenecieron alguna vez a ese tercer grupo.
Sumémosle que toda satisfacción de las expectativas genera expectativas superiores. La campesina que lavaba golpeando la ropa contra una piedra, ahora ya sabe que existe el detergente y que la ropa huele rico. El niño o la niña que no tenía escuela al alcance, ahora ya sabe que hay un ómnibus que lo recoge cada semana y lo lleva a una beca en la cual le garantizan alimentación -muchas veces mejor que en su propia casa- instrucción y esparcimiento. El escritor que antes tenía que pagar para publicar un libro, ahora sabe que hay una editorial que le publicará sin costo para él y que, de contra, le pagará derecho de autor.... Todos ellos aspiran entonces a otras mejorías.
Llegó un momento en que las expectativas sociales en Cuba, fomentadas a partir de la Revolución misma y su dirigencia, no pudieron ser satisfechas por la producción propia de bienes materiales ni con un equilibrio entre importaciones y exportaciones. Entonces hubo que acudir a alianzas foráneas -como el resto de los países del mundo-, a préstamos, a concesiones políticas muchas de ellas disfrazadas de supuestas cuestiones de principios. Las causas de esto son atribuibles a la gestión gubernamental y al funcionamiento de los Aparatos Ideológicos del Estado, también a la hostilidad imperialista y a las relaciones de producción en el ámbito global. Son complejas esas causas, necesitarían un libro para explicarlas, y sé muy bien que este párrafo será el punto débil por donde atacarán este ensayo los extremistas de ambos bandos. Pero no son las relaciones mercantiles una de esas causas, no. Sino por el contrario: la pretendida -y equivocada- sustitución de las relaciones mercantiles por la centralización, el verticalismo y la planificación, nos hicieron caer en el atolladero en que estamos hoy. La pretendida supeditación de las variables económicas a la política, sería otra causa.
Si nos atenemos al axioma de que toda producción ideológica es la resultante de las relaciones de producción, o sea, de la producción material, entonces es un error estratégico pretender satisfacer la expectativa con un desequilibrio cada vez mayor hacia el ámbito de lo ideopolítico en detrimento del ámbito de lo económico y de la propia creación de bienes y servicios competitivos. Y es ahí, y no en el mercado como instrumento de distribución y consumo, donde radica la gran causa del deterioro social actual. Y más que del deterioro social actual, de la involución hasta ahora imparable de nuestros valores sociales luego de se hiciera evidente la insostenibilidad de nuestro modelo económico en las condiciones impuestas por la globalización y la hostilidad imperialista.
Lo que está pasando ahora en Cuba es que el desequilibrio entre expectativa y sometimiento es demasiado grande en comparación con la capacidad estatal de ejercer los contrapesos necesarios en favor del equilibrio. El Estado cada vez tiene menos riqueza que distribuir porque el país cada vez produce menos. Y si un Estado que pretende construir el socialismo no tiene riqueza que distribuir, sencillamente va en sentido contrario a su propósito declarado. No es creíble. No es competente. Porque no es posible suplir la riqueza no producida y -por ende- no distribuida con propaganda política ni manipulación mediática por largo tiempo por eficientes que sean los Aparatos Ideológicos del Estado.
Entonces todo lo que estimule la producción en Cuba, incluyendo el mercado, debería ser prioridad para ese Estado. Debería estimularse más que limitarse, debería entenderse por parte del gobierno -y también de Turro Gomero- que hay dos modos esenciales de regulación de los procesos -la estimulación y la limitación o prohibición- y que corresponde en esta circunstancia histórica estimular más que limitar. Es una lección del llamado Período Especial que muchos parecen haber olvidado o no estudiado.
Cuando hablo de sometimiento, acoto, no me estoy refiriendo solo a la represión -que sería la forma extrema del sometimiento- sino a todo el sistema de ataduras sociales que pesan sobre un individuo, grupo, estamento, clase: las normas impuestas no consensadas hasta lo posible, las desventajas económicas, las carencias culturales, los prejuicios, las discriminaciones, las desigualdades de oportunidades.
Varias generaciones de cubanos creímos -o nos hicieron creer- que siempre iríamos por el camino correcto, con sacrificios sí, pero también con éxito y recompensa. Ahora vemos que el éxito y la recompensa no llegan, están cada vez más alejados. Y ese sentimiento desesperanzador, demotivador, se está volviendo cada vez más peligrosamente mayoritario en un contexto en que ni el gobierno ni el Partido reaccionan con coherencia, confunden, unas veces les dan para alante y otras para atrás, unas veces tuercen a la izquierda y otras a la derecha, como el bamboleo y la oscilación de un conductor ebrio.
Eso es lo único que explica la otra lectura -ya sobre el supratexto y no del intratexto- que le hago a Cuba y Mercado de José Ángel Turro Gomero. ¿Por qué un cuadro con acceso a las estructuras de poder -es el director de cultura de un municipio- recurre a las redes sociales -tan vilipendiadas y demonizadas desde el discurso oficial- para expresar sus pensamientos críticos? ¿No tiene a su alcance un núcleo o comité del PCC, un Consejo de la Administración, un Consejo de Gobierno, una sección sindical, un Consejo de Dirección Provincial de su organismo, infinitas reuniones administrativas y políticas? ¿No tiene todo eso también en el ámbito académico? ¿Y por qué, en los comentarios, hay tantos cientos que desde roles similares a los de Turro Gomero, que comparten sus criterios? ¿Es que ni siquiera ellos, que forman parte de las estructuras de poder, son escuchados y tenidos en cuenta?